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Sara tuvo la idea de un blog con un tema a la vez casual y del que hay muchísimo qué decir, y yo inmediatamente me apunté. Justo cuando se está acabando la moda y todos los blogs se van muriendo, les presento el blog que prácticamente se escribe solo.
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El reciente arranque que tuvo Michael Richards contra dos negros que se aburrían con su show despertó de nuevo discusiones que realmente nunca acaban por resolverse, como la excesiva cultura de litigación que existe en Estados Unidos (porque los chavos quedaron tan lastimados que ahora exigen una indemnización) o la semiótica de la palabra "nigger", que dependiendo del contexto es la más fraternal o la más ofensiva. Y también qué se debe hacer con Mel Gibson.

Viendo el desastroso intento de disculpa de un desorientado Richards en el show de Letterman, me doy cuenta de que Kramer no estaba seguro de qué era exactamente por lo que se estaba disculpando. Hay una incredulidad de su parte al darse cuenta de que en ojos de millones de pronto ha quedado reducido a un fracasado racista, en un tremendo estado de confusión porque sabe lo que dijo pero no por qué lo dijo, y al final se culpa a sí mismo por alguna falla en su persona que lo hizo actuar de esa manera.

¿Alguna vez han escuchado a alguien disculparse por haber dicho, en el calor de la discusión, "cosas que no eran ciertas"? Por mucho tiempo esto me pareció una mentira grandísima. Pensaba que en estados de cólera las personas derribaban sus inhibiciones y soltaban lo que verdaderamente pensaban del agredido. Que todo el tiempo en el que se habían llevado tan bien, se habían guardado esos pensamientos malignos y al destapar la cloaca no habían podido evitar que salieran con toda su fuerza.

Si bien pienso que todo ser humano debe responsabilizarse de sus actos, ahora creo también que existe un área gris en el comportamiento humano que le da cierto peso a la excusa de "las cosas que no son ciertas". Creo que existen ocasiones en las que las expresiones hirientes no son sinceras, aún en nuestro mayor nivel de ofuscamiento.

Al momento de sentirnos agredidos o amenazados, utilizamos todas las armas que tenemos a nuestra disposición para defendernos o acabar con esta amenaza. Ante todo, deseamos hacer sufrir al otro por atreverse a hacernos daño. Para muchas personas, la opción más sencilla y cómoda es la de la violencia física. Otros se apoyan en su agudo intelecto o su facilidad con las palabras para atacar a su enemigo. Algunas personas, sin embargo, no pueden recurrir a ninguna de estas herramientas, o la ocasión no lo permite. Es en esos casos donde deben pelear sucio: usando la identidad del otro en su contra.

Al no contar con nada sólido, lógico para lastimar al contrario, en acto de desesperación se recurre a agredir la imagen que el otro pueda sentir de si mismo. Se utilizan agresiones que en realidad pueden no ser ciertas o no molestar en lo absoluto, pero que son elegidas especialmente porque se consideran potencialmente dañinas para el otro. Como por ejemplo, yo no tengo problema con la gente con sobrepeso, pero en un momento de ofuscación total podría recurrir a sobrenombres como "bola de manteca", "marrano" o similares porque se que es probable estos epítetos logren lastimar a mi enemigo, si veo que podría sentire acomplejado por su apariencia. Una vez que estemos más tranquilos los dos, veo también cómo podría avergonzarme por haberle dicho cosas que no sentía realmente, sino que estaban diseñadas para hacerlo sentir mal.

Podría llamársele un comportamiento infantil, burlarse de las deficiencias de otros para resolver un pleito, pero yo más bien lo considero como algo más bien primario, instintivo. Todo ser humano debe aspirar a tener un intelecto lo suficientemente desarrollado como para solucionar los conflictos de manera pacífica, con paciencia y entendimiento. Pero está instalado en nuestro ser un instinto de supervivencia que obliga a defender nuestro ego, a aplastar a quienes lo amenazan a como de lugar.

Por esto puedo imaginar un escenario, en el que Richards, fuera de sí al verse ignorado y/o abucheado, sin la cabeza para hacer una aguda crítica a los agresores, ni la posición para agarrarlos a puñetazos, acudió al colectivo cultural americano y tomó algunos de sus peores elementos con el puro fin de lastimar a sus dos contrincantes. Aludió a la esclavitud de sus antepasados, y los llamó "niggers", la manera más despectiva con la que el blanco puede referirse a los negros. Y al día siguiente, debió afrontar que esta medida desesperada bien le podría costar su carrera.

O a lo mejor si era un racista de clóset. No sé, realmente no trato de disculpar a Michael Richards de lo que dijo. Si fuera el caso, yo no le recriminaría el haber usado palabras ofensivas para ofender a alguien (duh), sino el haber perdido la compostura en un principio. Muchas de las agresiones verbales que se dan y reciben a diario usualmente carecen de sustancia, y sólo están diseñadas para ocasionar un daño sin sentido. Piénsenlo: la frustración y la rabia en su mayoría no son válvulas de escape para las opiniones más sinceras; si acaso, cierran nuestro cerebro y nos hacen lanzarnos hacia el otro agitando los brazos ciegamente, tratando de ocasionar un daño indiscriminado, el que sea. Me parece que entender esto le resta poder a nuestros agresores, pues nos hace conscientes de que muchas de las palabras más hirientes son en realidad patadas de ahogado, el último recurso de quienes no saben defenderse y saben la batalla perdida.
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El lanzamiento del Playstation 3 me pareció un espectáculo deprimente. Tengo un montón de sentimientos encontrados al respecto. En principio, las filas para conseguir una consola en la fecha de su lanzamiento me parecen algo absurdo y despreciable: normalmente el único beneficio que se obtiene es el de poder jugar con ella horas antes que el resto del mundo, porque en realidad no hay diferencia entre obtener la máquina el 17 de noviembre o el 23: es una fecha al azar, vaya. No pasa nada si te esperas unos días. Así que: -1000 puntos para los burros presuntuosos que se apuntan a este tipo de farsas.

Ahora bien, en últimas fechas, y como se comprobó con el lanzamiento del Xbox 360, los cargamentos de día del lanzamiento se han compuesto de cada vez menos unidades. Ya no es tan fácil entrar la tarde de ese mismo día a la tienda y tranquilamente salir con una consola nueva. Ahora es como si se tratara de ediciones limitadas y casi todas están apartadas con semanas de antelación, dejando el inventario fuera de las manos de compradores casuales.

Las razones de iniciar la venta con tan escasos números varían, y van desde las teorías de conspiración hasta las "versiones oficiales". Las compañías productoras del hardware explican que existe tanta demanda que no pueden producir la consola lo suficientemente rápido como para satisfacerla, lo cual quizá no esté muy alejado de la realidad, pero no deja de ser una estupidez. Es la obligación de la compañía el haber planeado correctamente la producción de la consola desde al menos un año antes y elegir una fecha en la que se asegurara que todo el que quisiera una máquina suya pudiera tenerla desde el primer día.

Por eso no es raro que comiencen los rumores de que las compañías lanzan números limitados de consola para inflar la demanda a propósito. Después de todo, nada suena mejor en la mente del consumidor común que un artículo es tan codiciado que no se puede encontrar en ninguna parte. El hecho de que se hayan producido sólo 100 cuando en realidad lo desean miles es un dato que realmente muchos no se detienen a considerar.

Ésa es la teoría que más suena en cuestión a la minúscula cantidad de consolas PS3 lanzadas al mercado inicialmente, y no es algo muy difícil de creer (aunque es algo más fácil de creer en Japón, que es un mercado más dominado por la marca y su aura que por los productos en sí). Vale la pena considerar, sin embargo, la existencia de un asunto espinoso en todo lanzamiento de una consola en el que una oferta limitada resulta algo favorable: la primera generación de una máquina de videojuegos viene con toda clase de problemas técnicos que sólo llegan a descubrirse una vez que entran al mercado. El Xbox 360 es el ejemplo más claro, si recordamos cómo la consola rayaba los discos hasta dejarlos inservibles, o que después de dejarla prendida por mucho tiempo comenzaba a aparecer basura gráfica en pantalla.

Estos problemas son casi inexistentes actualmente gracias a revisiones del hardware, resultantes de la lista de quejas de quienes obtuvieron sus consolas el primer día, "los cochinillos de indias". Considerando la delicadeza de la tecnología del Playstation 3, donde es probable que ni siquiera la lectura de los discos Blu-Ray esté completamente probada a la perfección, tiene sentido que el grupo de prueba sea pequeño antes de iniciar una verdadera producción en masa.

Es aquí donde ahora le tengo que quitar, por todas estas razones, 1000 puntos a los fabricantes de consolas, específicamente a Microsoft y Sony. El hecho de que no se pueda encontrar un producto, ya sea a propósito o por accidente, es una práctica vil e irrespetuosa. Obviamente no se toman el tiempo suficiente para probar extensivamente las consolas porque desean sacarlo lo más pronto posible (Microsoft para adelantarse en la carrera; Sony para que no le coman demasiado el mandado). No es mucho pedir para un consumidor, que está dispuesto a pagar por la consola, que a) lo pueda encontrar fácilmente y b) disfrute del producto sin problemas.

Pero lo que me sacude más es el hecho de que desde el principio el PS3 ha sido considerado por pocos como una consola, sino más bien como una especie de moneda. Como dije, por puro principio me daba lástima ver a tanto menso formado por varios días para conseguirse una consola... pero poco después me di cuenta de que la mayoría de ellos eran bastante listos. Iban a conseguirse las consolas e inmediatamente las colocarían en ebay para sacarle ganancias bien jugosas. Hasta ahí uno puede pensar todavía que es una práctica terrible, pero... ¿lo es? Después de todo, ¿quién va a comprar un PS3 por 3,000 dólares, si se van a poder conseguir fácilmente un mes después a su precio regular? Impacientes con dinero para quemar, nada más, y me es difícil sentir lástima por ellos. Otros -1000 puntos para los cabezones que no se pueden esperar unos días y prefieren su consola defectuosa a la de ya, a cualquier precio.

Es una lástima, la verdad. Conseguir una consola debería ser una experiencia de lo más sencilla y agradable. Me acuerdo que casi todas mis consolas las compré ya tarde en sus ciclos de vida. Fui a Reforma con mi papá por el Nintendo que venía con Super Mario Bros. 3, quizá el último paquete de la consola, ya cuando había salido el Super Nintendo. A Reforma fui también, un par de años después, por un SNES y un cartucho chino de Street Fighter II. El Playstation me lo trajeron de Estados Unidos cuando ya estaban saliendo con fuerza los juegos de segunda generación, con propuestas irresistibles como Resident Evil y Wipeout XL. El Dreamcast fue quizá la consola que sí esperaba desde el principio, pero tampoco me desviví por conseguirlo a la mayor brevedad. Mi Xbox es de los primeros cargamentos, al parecer, pero realmente no batallé para conseguirlo, y fue una roca por casi cuatro años. El Gamecube y el Playstation 2 los conseguí en tiendas departamentales, con dos juegos adentro cada uno y el precio rematadísimo. Me dio risa porque todavía recuerdo la primera vez que vi en una pulga el PS2 y su precio de introducción (literalmente jojo) de 9,000 pesos.

¿Por qué la gente se sacrifica por tener las consolas primero, cuando en realidad no ofrecen nada a tan temprana edad? ¿Es sólo eso, la necesidad de presumir, de sentirse superiores por unos momentos a los que no la tienen, la necesidad de ser envidiados? Esta vez los desesperados no fueron los que hicieron acto de presencia en las filas, sino los revendedores, pero incluso ellos hacen patente el hecho de que existe un interés enfermizo por una máquina que ni siquiera tiene juegos interesantes en este momento.

No se... yo manifesté mi interés en el 360 desde el principio, pero no me había preocupado todo este tiempo por el hecho de que no tengo dinero suficiente como para comprarme uno. Ahora que ya tiene en su catálogo a Dead Rising, Prey y Gears of War, más el tremendo esfuerzo que le ponen a los contenidos de Xbox Live, ya no tengo excusas para no ponerme a ahorrar en serio y conseguirme uno. Al final voy a salir ganando, disfrutando de una consola sin bugs, con software de segunda generación y sus primeros títulos ya a precio rebajado.

¿Y el lanzamiento del Wii? Pues... no hubo muertos ni disturbios, así que para los nuevos estándares que han puesto Sony y miles de mongoloides, se le puede considerar todo un éxito.
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Hace una semana mi esposa y yo pasamos un par de días en las montañas. Celebramos nuestro segundo aniversario de bodas desconectándonos de todo en el Hotel Chipinque. Buenos tiempos se presentaron y anécdotas se recolectaron, pero por el momento hay algo que me ha dado vueltas en las cabeza en días recientes, donde pareciera que varias ideas disímiles se conjugan en una sola, y una misma imagen.

Observar de noche la ciudad de Monterrey desde la meseta de Chipinque fue para mi una experiencia similar a la de la gente que ve por primera vez el mar. Yo recuerdo la primera vez que vi el océano y no me impresionó gran cosa, pero esa noche hubiera podido quedarme viendo por horas ese paisaje. Todas esas luces peleando por hacerse presentes en un desierto negro. Un pedazo de carne viva con todo su sistema circulatorio expuesto. Me provocaba flashazos de... ideas que no puedo poner correctamente en palabras. Es una imagen que reconocí como importante, como muy especial para mí.

Dicho y hecho, poco después esa imagen regresaría con fuerza. Ayer me encontraba jugando Okami, un juego que había esperado por mucho tiempo y que estaba seguro sería un trancazo, pero que mientras pasaban los minutos me decepcionaba cada vez más, hasta que ya no tuve empacho en sentir verdadera antipatía por la condescendencia con la que me estaba tratando como jugador. Llegó un punto, cuando me dijeron que "para destruir una piedra debía acudir con un samurai, para obligar al samurai a entrenar debía conseguir una jarra de sake con una campesina, pero la campesina no podía hacer sake porque su molino estaba roto y debía repararlo antes", que no aguanté más y se la rayé a la tele. Buscando qué más jugar (mi Xbox sigue descompuesto), puse We love Katamari.

Nunca mencioné aquí a la secuela de Katamari Damacy porque en realidad no hay mucho qué decir: es más de lo mismo, y eso fue bueno para unos pero no suficiente para otros. La música es mejor, el concepto es algo irritante en su autoconsciencia (el juego trata sobre los fans del juego original) pero su verdadero propósito y valor radica en ser un laboratorio para explorar combinaciones y variables del juego base. Esto último es evidente cuando terminas el juego, pues te permiten volver a jugar todos lo niveles con ligeras diferencias, mientras que en el original sólo podías volver a jugar el mismo nivel exacto. Se me antojó un juego perfecto para la ocasión, para simplemente poner y jugar un nivel al azar.

Sigo pensando que a pesar de todas las palabras con las que quise asir desesperadamente la revelación que Katamari Damacy me regaló, no estuve ni cerca de rozar su magnitud. Ayer, mientras pegaba gatos, teléfonos y pizzas a mi pelota, me golpeó de nuevo esa sensación de estar consciente de algo que toda la vida había dado por sentado. De "¿cómo es que no había visto antes?" Y pese a esta arrebatadora sensación de haber encontrado el hilo negro, al ponerlo en palabras suena lo más corriente del mundo. Aún rebanándome la cabeza para seleccionar las palabras justas, lo leo y puedo ver cómo es que alguien respondería con un "¡pues claro, duh!"

He llegado a comprender ciertas cosas en mi vida, respuestas que me han dado una cierta claridad, pero simplemente no puedo comunicarlas. Cuando lo intento, el peso de las ideas queda filtrado al momento de traducirlas al lenguaje. Cuando esto pasa, me rindo ante la conclusión de que ese tipo de cosas simplemente no pueden transmitirse, no pueden enseñarse. Por eso me conmovió tanto Siddartha cuando lo leí a los quince años, supongo: la idea del hombre que necesita aprender algo que nadie puede enseñarle me parecía algo tristísimo. Me daba a entender que alcanzar la verdadera sabiduría era un viaje terriblemente solitario, y que una vez que la has alcanzado no puedes invitar a nadie a acompañarte en la cima.

Así que al momento de agregar a la bola montañas y tormentas, escuchando de nuevo ese susurro insistente que me instigaba a poner atención, porque había una lección detrás de tanto desmadre, recordé la belleza de Monterrey desde lo alto de Chipinque. Recordé con emoción los puntos en los que las luces simplemente terminan para dar pie a la oscuridad y pensé en esas tomas alejadas de Las Vegas que tanto les gusta poner en C.S.I.: una inexplicable laguna de vida en medio de la nada. En mis pocos viajes a Estados Unidos siempre me ha sobrecogido regresar de noche a Monterrey pues descubro con fuerza que el estado natural de la noche es ceguera absoluta... hasta que poco a poco comienza a verse a lo lejos una fiesta. Es el mismo Monterrey de siempre, de malos conductores y clasismo brutal, pero esa vista lejana me obliga a sacar el cliché del oasis en medio del desierto. Es una visión que agradezco con los brazos abiertos.

Viendo ese mismo espectáculo desde lo alto, lo que me maravillaba no era sólo el show de luces, sino la sensación de ver desde fuera lo que me rodea todos los días. Veía rodeado de grillos y osos (posiblemente) el embotalleamiento de las ocho de Gonzalitos que tantas veces padecimos en camino a casa de mi suegra. El tunel de Loma Larga, que tan poco significa para mí pues rara es la vez que lo atravesamos, atraía mi vista y me hacía darme cuenta de que en algún momento a alguien se le ocurrió perforar todo un monte para la conveniencia de los automovilistas. Estaba lo suficientemente lejos para ver todo Monterrey, pero no tanto como para no distinguir autos individuales. Era como una colonia de hormiguas, en donde no podía evitar preguntarme hacia donde corrían todas esas pequeñas formas de vida, hasta que me daba cuenta de que en un par de días yo regresaría a reanudar mi propia carrera junto a ellas.

***

En julio de este año sostuve una larga y agresiva correspondencia con un columnista del periódico donde trabajo, en torno a un comentario suyo que me pareció el epitome de la ignorancia sobre un tema en particular. Despues de demasiadas palabras, descubrí que jamás podría sacarlo de su tozudez: él tenía un idea clara y firme sobre el tema y no estaba dispuesto a cambiar. Una vez que le dejé en claro que iba a terminar la discusión porque sólo estábamos perdiendo tiempo los dos, sorpresivamente se tornó muy dulce y me dijo que de todos modos había apreciado la discusión. Me dijo lo siguiente:

"El día de hoy me dediqué a hablar con mis alumnos del rollo epistolar que me soplé contigo. Son actores así que es bueno sensibilizarlos con respecto al viejo tema de qué es el arte y si sirve para algo o no (mi posición es que no sirve para nada porque no está al servicio de nada)."

Al final quedamos en tregua y ya no supe más de él. Pero esas últimas palabras suyas se me quedaron marcadas en la cabeza. Poco tiempo después supe que ese columnista es un escritor con varios libros publicados, algunos premiados, y ha escrito varios guiones de películas que circularon en cartelera.

No hubiera cambiado nada de haberlo sabido antes, y de hecho mi opinión de él sólo cayó después de saber esto, porque mi posición sobre el fin del arte no podría ser más distinta que la suya. No vaguedades como "es el alimento del espíritu", sino que considero que todo gran arte tiene una finalidad muy concreta, de la cual la humanidad se puede beneficiar.

La verdaderas obras de arte son lecciones de vida. Todo gran arte te ayuda a comprender mejor el mundo que te rodea. Vamos por la vida desensibilizándonos de nuestro entorno, para protegernos, para sobrevivir, que llega un momento en el que es imposible apreciar las cosas así las estemos viendo directamente. El arte, a través de la metáfora, hace que tu cabeza tome rutas periféricas para que llegues a una conclusión evidente pero invisible al ojo desnudo. Un cuadro impresionista de un campo de margaritas, con valor de millones de dólares, a lo más que aspira es a que te des cuenta de la belleza que existe en un campo real de margaritas. Es un intérprete que a través de un movimiento lateral puede comunicar lo que no trasciende en nuestro idioma cotidiano.

Por eso, aunque no puedo considerar a los videojuegos en general como arte, sí puedo afirmar con seguridad que pueden llegar a serlo, gracias a un puñado de exponentes. Shenmue no es arte porque tiene gráficas bonitas o música orquestrada: es arte porque intenta recrear un tiempo y un lugar con todas sus fuerzas. El hecho de que lo intenta, pese a sus limitantes técnicas, insitgó en mi una apreciación por la magnitud de tal empresa. Cuando me metía a un callejón desierto salvo por una pequeña máquina de premios, y observaba que tres briznas de césped se asomaban en un rincón oscuro, era para que me estallara la cabeza. Ese detalle que a alguien en Sega se le ocurrió añadir, modelear y programar tres briznas de pasto, algo que es de lo más corriente e invisible en la vida diaria, presionó ciertos botones dentro de mi. Esos días hubieran podido verme caminando mientras observaba con atención la vegetación de un parque. Y es demasiado, tantas variaciones, tantas cosas únicas que simplemente aparecen naturalmente. Shenmue usa todos tus recursos para que aprecies y te maravilles de que alrededor de ti existen las cosas más bellas y exquisitas, cuarteando un poco esa desensibilización.

De la misma manera, Katamari Damacy y su secuela rompen con esa coraza y me dan el regalo de la perspectiva. Katamari Damacy trata sobre apreciar tu lugar en relación al resto del mundo: es una lección de humildad. Me hace muy consciente de que lo que alcanza mi campo de visión no es todo lo que existe, sino que hay mucho más allá arriba, allá afuera. Me hace apreciar a lo más pequeño que yo, que no por tener menor tamaño es menos valioso, detallado o especial.

Fue gracias a esta perspectiva que me impresionó tanto verlos a ustedes navegar entre puntos de luz, porque me vi a mi mismo pasar mis alegrias y tribulaciones en un escenario tan pequeño... y que al mismo tiempo lo es todo para mi. Quizá estas palabras no tengan sentido, quizá necesiten experimentar por su cuenta y llegar por ustedes mismos a estas conclusiones. Por eso el Arte, el buen arte, es tan necesario: para que nos enseñe a ver y a entender lecciones terriblemente obvias, pero casi imposibles de aprender de ninguna otra manera.
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