Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.




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El seminarista

Todavía hace no mucho tiempo escribía seminarios. Me desagradaban mucho esas clases. Seminario de Literatura Latinoamericana, Seminario de Novela Mexicana, Seminario de Crítica Literaria... Para el que no sepa la mecánica, se asigna una novela a un alumno, quien debe escribir un ensayo a fondo (mínimo de 10 páginas) con tema libre, con la excepción de unas cuantas veces, en donde se asignaron los temas. El seminario era puesto a inspección del resto de la clase, a veces con un par de días por anticipado, o al momento de la lectura el día de la clase. Después se daba paso a una sesión de críticas, por parte del maestro y los alumnos, con supuestas recomendaciones para mejorar el trabajo.

Eran implacables.

Los primeros seminarios siempre fueron una experiencia traumática para todos. Era imposible no tomarse las críticas como algo personal, lo cual tiene sentido si se tiene la idea de "yo soy mi trabajo" o "you are what you write". Mi primer seminario creo que fue sobre La Vida Breve, de Onetti, y fue grupal. Una experiencia horrible: un tipo holgazán y el otro un perfeccionista afeminado de lo más irritante. Al final nos quedó un folletín publicitario que vendía la novela, pero sin mucho fondo. Y la maestra, se la pasó tirando ponzoña amablemente macabra, y al final remató: "pues los títulos son lindos...". Argh. Y eso que fue la segunda mejor maestra de toda la carrera (God bless her diapers).

Conforme mi entusiasmo por la carrera se iba diluyendo aprendí a manejar los seminarios con una mezcla de apatía y ligereza, nacidas del increíble odio que sentía por los críticos más rabiosos. Había quienes se centraban demasiado en el formato, y era obvio que lo hacían porque tenían que criticar algo (críticas ligeras o ninguna en lo absoluto eran mal vistas por los maestros), y eso siempre me molestó. Principalmente porque era rara la vez que yo rehacía el seminario: lo primero que escribía era final, salvo alguna revisión de ortografía. Me fue bastante bien así, con excepción del último curso de Seminarios.

La única manera que se me ocurrió para atacar este tipo de críticas fue no haciéndolas yo mismo. Hacia el final, el formato o los errores de sintaxis y de bibliografía me interesaban muy poco. En vez de eso, empecé a hacer críticas sobre los argumentos, sobre la pobreza del tratamiento considerando las posibilidades del tema (dando ejemplos, por supuesto), sobre conclusiones basadas en falacias, etc. Mis críticas eran cortas y casi siempre muy, muy corteses. Exageradamente. Y siempre estaba dispuesto a la refutación de mis críticas, lo que me hubiera hecho muy feliz si alguna vez hubiese sucedido.

Joel y los robots se rieron de ese maldito maestro en un raro episodio de MST3K
Era realmente obvia la poca profundidad de las críticas de la mayoría. Ejemplo de ello fue cuando hice uno de mis últimos seminarios, sobre una pésima novela, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina (que no voy a dignificar con negritas). Aunque quemé varias neuronas tratando de comprender por completo la cosa esa, finalmente no pude, evidenciado por los malintencionados comentarios de ese maestro que tenía la foto de su perro muerto en su escritorio (?!). Pero las primeras críticas que tuve de los demás fueron positivas, ya que a) la mayoría no había acabado/entendido la novela tampoco y b) mi seminario era todo un ejercicio en barroquismo, absolutamente impenetrable. Quedaron en evidencia cuando mis argumentos fueron desarmados por el maestro Puppy Love. God I hated that guy.

Cuando terminaron esos cursos, se me quitó un gran peso de encima. Aunque casi siempre lograba mantenerme tranquilo cuando me tocaba escribir uno, hubo un par de ocasiones en el que cosas se conjuntaron y tuve un par de pequeñas crisis y depresiones. Nada muy grave, pero me avergüenza un poco admitirlo. Porque la escuela jamás debió ser causa de depresiones, para mi o para nadie. Estoy feliz de que haya terminado.

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