Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.



400 pesos


A veces no puedo ir con Sara a surtir la despensa, porque dice que soy muy antojado. Que si queso Monterrey Jack, que Choco Krispis, que pechuga de pavo, que nieve de chocolate. A los dos nos gusta todo eso pero son opciones caras de cosas que ya hay en la casa (queso manchego, Zucaritas, jamón, escarcha del congelador...), así que si yo no voy, ella no las compra. De todas maneras me va bastante bien, porque siempre tiene la despensa y el refrigerador llenos con casi todo lo que se me pudiera antojar, y siempre manteniendo la economía del hogar bajo control.

Menciono esto porque a veces me cuenta de las andanzas de recién casada de esta chica. Más que nada para comparar su situación actual con la misma que nosotros vivimos el año pasado. La última vez que se juntaron para tomar café, le confesó a Sara que estaban teniendo algunos "desacuerdos" su esposo y ella, porque a él no le gustaba mucho cómo cocinaba. El chavo también se quejaba de que no había mucha variedad en las comidas. Parecía un conflicto entendible para recién casados (con el hombre siempre comparando la comida de su mamá con la de la esposa, cosas así), pero la chica sacó a relucir un detalle interesante.

"A veces pide cosas que no hay y se enoja de que no compre más cosas, pero es que tengo un plan. Tengo trazado todo lo que voy a surtir del súper, compro lo que ocupo y así siempre logro gastar nada más cuatrocientos pesos a la quincena"

Cuando me dijo esto me quedé parpadeando, seguro de que había oído mal. Sara había reaccionado de la misma manera cuando se lo dijo ella.

"¿Cuatrocientos... a la semana?" le preguntó, acostumbrada a que a su amiga era algo despistada.

"No" dijo orgullosamente ella, "cuatrocientos a la quincena, y me alcanza bastante bien".

Yo no sé exactamente cómo funcionan las cuentas de la despensa, pero hasta yo puedo darme cuenta de que alimentarse con cuatrocientos pesos por dos semanas es el tipo de injusticias que llevan a derrocar gobiernos. Estoy seguro de que existen familias que tengan que sobrevivir por necesidad con esa cantidad, pero hacerlo voluntariamente... ¿Qué están comiendo? ¿Arroz y frijoles todos los días? ¿Garrafones de Big Cola? ¿Se brinca la barda para robarle limones al vecino?

"Es que se quiere ir de vacaciones. Por eso está ahorrando", me tranquilizó Sara, que se dio cuenta de que ya me estaba imaginando cómo cortaban las rebanadas de pan a la mitad para que durara el doble.

Entonces recordé que ese rasgo de ella sí lo conocía de antes. Hace años, cuando la conocí, me alarmaba su tacañería: nunca quería que nos juntáramos en lugares como Applebees o Sierra Madre; prefería mejor un Vips. Luego uno pasaba pena ajena porque dejaba dos pesos de propina, cosas así. Primero pensé que estábamos siendo desconsiderados, que quizá ella no podía costearlo. A veces ése era el caso, pero casi siempre me decía Sara que su amiga no soltaba dinero porque todo lo juntaba para salir de vacaciones. No sólo eso, sino que constantemnte está haciendo rifas o metiéndose a tandas, todo con el mismo propósito.

Esta mujer toda su vida ha sido esclava de un concepto idílico de las vacaciones. Consigue empleos sólo para poder suspirar por el día en el que pueda tomar una semana de descanso. Siempre está hablando de sus planes de ir a alguna playa, o al menos pasar un fin de semana en las cabañas de la Cola de Caballo. Realmente puedes percibir en ella una tristeza por verse atrapada en el diario laborar, por lo que lo único que necesitas para sacarle una sonrisa es preguntarle por sus planes vacacionales.

Yo nunca he sido mucho de viajes... aunque eso es tema para otro día. Al menos puedo decir esto: nunca he deseado tomar vacaciones para escapar. Así es como ella ve las vacaciones: una ruptura en el interminable tedio de la vida cotidiana. Amanecer en un lugar diferente, ver otros rostros, comer otras comidas. Yo considero a las vacaciones como algo muy distinto. Yo las veo como una extensión de tiempo. Por una semana tengo siete horas más al día para poder hacer... pues más de lo mismo que hago entre el momento en que me despierto y el minuto en el que tengo que ir a trabajar. Estar con mi esposa, jugar, escribir, dibujar, ver TV y películas. Me gustan mis días. Me esfuerzo por hacerlos disfrutables, por no pensar en lo absoluto en el trabajo fuera de la oficina, y vivir cada día como más me guste. Las vacaciones para mi significan extenderlos un poco más, y por eso las disfruto tanto.

Pienso entonces en esta niña, sacrificando su calidad de vida, pasando días miserables mientras va metiendo fajos de billetes bajo el colchón, soñando con el día en el que ella y su esposo puedan escapar por un instante de todo eso. De golpe desaparecer miles de pesos para tumbarse en la arena y retozar en el mar por una semana, para luego regresar y que pasen otros dos, tres años de tomar leche Betty y comer verduras sólo los martes. Hambreando por un sueño.

No, no, no. No vale la pena convertir la vida en una jaula, para poder experimentar brevemente el placer de ser libre. Si uno hace lo que quiere con sus días, en realidad no hay ninguna necesidad de escapar.
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Respuesta: Citizen Kane.

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López y yo


Hace un par de días conocí a un hombre que me cambió para siempre. A su lado, llegué a sentirme como todo un príncipe y, al mismo tiempo, me hizo sentir sucio como nunca lo había sentido en mi vida. Esto suena fantásticamente gay, pero la realidad es mucho, mucho peor.

Antes, unos cuantos detalles muy vagos sobre mi trabajo: todas las noches me siento frente una computadora a capturar la información de un periódico impreso para que pueda ser disfrutado como contenido en una página de Internet. La faena es tan glamorosa como el tiempo y las ganas lo permitan: vaciar todas estas ideas y noticias a veces resulta una tarea intelectualmente estimulante, que me permite corregir errores, eliminarlos, reacomodar sus elementos, y obtener como resultado final un producto más disfrutable, sin los escalofriantes resbalones que a diario se publican en la edición de papel. Otras veces, la experiencia es idéntica a la de trabajar en una empacadora de sardinas. Este segundo escenario es el más común, al yo formar parte de un grupo muy pequeño que tiene que lidiar con un volumen de trabajo desproporcionadamente alto, al menos para aplicar algún control de calidad en los contenidos.

Hace poco nuestros superiores llegaron a la conclusión de que poner más cuidado a la información no era una idea tan loca, y decidieron que todas las ediciones de provincia de las que nos ocupábamos aquí en Monterrey debían ser manejadas localmente. Torreón para los torreonitas, Tabasco para los tabascaños, Xalapa para los (oh dios mío que gente más egocéntrica) xalapuños, y así por el estilo. Por un tiempo nos amenazaron con enviarnos a todos y cada uno del staff en camiones polleros a estas regiones para entrenar a cada periódico en el especializado manejo de la información periodística convertida en unos y ceros, pero nuestro irracional apego al agua corriente y baños que no son de madera ni están a cuarenta metros de la residencia los hizo desistir. Las montañas tendrían que venir a los chiflados Mahomas, y el resultado ha sido un entretenido desfile de colaboradores foráneos que se persinan frente a las puertas electrónicas, se aferran a sus morrales y no dejan de mirar hacia arriba, maravillados por las luces fluorescentes de nuestras oficinas.

Ahora bien, hubo una época en el que el entrenamiento de un nuevo miembro de nuestro equipo podía tomar meses. Los primeros días se les daba una explicación teórica de los procedimientos, la siguiente semana se le daban páginas falsas para que pudiera equivocarse sin arruinar nuestro trabajo, y luego poco a poco se le iban asignando pequeñas notas sencillas. Sólo cuando confirmábamos que podía ocuparse de cada tarea sin error alguno, en el periodo de varias semanas, se le iban otorgando más responsabilidades. Podía considerarse completo el entrenamiento cuando todo el material que pasara por sus manos era procesado profesionalmente y sin que nosotros dudáramos de su capacidad, por lo que explotábamos sin misericordia al pobre diablo delegándole todo nuestro trabajo. El máximo nivel al que podía aspirar era cuando se hacía un candidato a encargarse por completo a una publicación, un privilegio reservado sólo para veteranos que se sabían su trabajo por dentro y por fuera, al derecho y al revés.

En esta época de palomitas de microondas y "playstations", quizá sea anticuado de mi parte añorar los días en los que un hombre se ganaba la confianza de sus colegas en base al número de ediciones que haya capturado desde su ingreso. Hoy por hoy, nuestros superiores esperan que después de dos noches Chano y Chon puedan regresar a su ejido completamente capacitados para poner en alto la presencia en línea de su periódico local. Quizá la tecnología y la capacidad de comprensión haya avanzado a pasos agigantados desde el 2003, quién soy yo para discutir. Gente de acento chistoso llega, nos sentamos a su lado y descargamos años de experiencia en el transcurso de dos noches. De ahí en adelante, la responsabilidad es toda suya.

Yo siempre trato de verle el lado positivo al asunto: después de dos noches de capacitación, nosotros podemos olvidarnos de capturar notas como "Espera expectante la población la coronación de la Reina de la Simpatía", "Escapa un cerdo de su corral; lo capturan diez minutos después" o "Advierten médicos sobre comer comida en descomposición". Si la verdadera intención de nuestros jefes no es corrernos a todos, quizá ahora sí tendremos el tiempo necesario para mejorar la presentación de la página en un 200 por ciento. No puedo evitar incomodarme un poco, sin embargo, cuando una noche cualquiera tengo que atrasarme brutalmente en mi trabajo porque no me avisaron con antelación que esa precisa noche llegaría el provinciano en turno para su entrenamiento. Y como yo soy el que llega más temprano, puedo olvidarme de que el responsable de su capacitación sea elegido por sorteo. Pero ánimo, el pobre diablo no tiene la culpa de la desconsideración de terceros, así que mostrémosle la característica hospitabilidad regiomontana, al cabo que unas cuántas horas extras no nos harán mucho daño. Aunque tampoco beneficio, pues jamás nos han pagado horas extras.

Haciendo la obvia relación "página de internet=personal de sistemas", la gente de Torreón nos envió a un miembro de esa clase superior que guarda los secretos místicos que evitan que nos desmayemos de tanto llorar y golpearnos la cabeza contra el escritorio cada que en nuestras pantallas no aparece lo que nosotros queremos. Cada que escuchamos las hermosas palabras "voy a reiniciar el servidor" salir de sus boca, nos limpiamos lo mocos, dejamos de sollozar, y nos abrazamos todos porque pronto todo va a estar bien. ¿Mandar a alguien con formación periodística, alguien con el criterio suficiente para discernir cuando se puso un pie de foto en el lugar del encabezado? ¡Absurdo!

Me reconfortaba un poco que Torreón, Coahuila no está tan alejado de la verdadera civilización: quizá algunas de sus avenidas estén pavimentadas y tengan su propia tienda de autoservicio. No necesitaría enseñarle al tipo cómo funciona Internet. De todas maneras, me gusta esperar lo mejor de la gente, y con suerte la experiencia sería indolora y quién sabe, capaz y al final habría hecho un nuevo amigo.
Nunca había conocido a una persona tan repugnante en toda mi vida.

Su bajeza no se hizo totalmente evidente sino hasta la segunda noche, por lo cual quizá no sería justo que lo juzgaran por la descripición física de él que voy a hacer a continuación. Yo mismo no cuento su apariencia como un factor para su general asquerosidad, y al conocerlo puse poca atención a eso, a sabiendas de que si resultaba una maravillosa persona, su exterior resultaría irrelevante. A medida que me fue revelando nuevos niveles de odiosidad que no creía posibles en un ser humano, sin embargo, no pude sino poner una atención obsesiva en todas y cada una de sus trescientas doce imprefecciones, al descubrir que si me limitaba a juzgarlo por su apariencia no sentiría tantas ganas de abalanzarme sobre él y estrangularlo con un alambre de púas.

No sabría decir cuál era exactamente su edad. Parecía de de treinta y tantos pero bien pudo haber tenido veintisiete, sólo que mal vividos. Era del tipo de personas que si se sientan a tu lado en el camión, la gente no sólo no te juzga por cambiarte de lugar y sentarte entre un mara y un leproso, sino que asienten reflexivamente y te dan palmadas de simpatía en la espalda. Un obeso sudoroso que parecía que llevaba una semana sin bañarse (cuando probablemente venía del hotel refrescado y con ropa limpia). Su pelo esponjado y sin arreglo estaba punteado por lo que sólo puedo describir como "poderosas canas", como espinas de puercoespín. El puente de su nariz estaba hinchado y con poros tan visibles que indicaban que pelos trataban desesperadamente de salir por ahí. Sara dice que tenía algo extraño en los dientes, pero no llegué a esa parte de su rostro por estar tan perturbado con sus fosas nasales: mechones de pelo asomaban por su nariz, como si aprovechando un momento en el que estaba desprevenido media docena de cucarachas hubieran tratado de entrar a su cabeza por ahí y hubieran muerto dentro, dejando asomar sólo sus patillas inertes. Me daría cuenta después de que se trataba de alguien que tenía tan poca conciencia de su apariencia o de su comportamiento, que sólo una intervención organizada por su familia lo hubiera obligado a ver que tenía un serio problema.

Como dije, al principio no me hubiera atrevido siquiera a hacer alusión a su pobre aspecto físico, y lo traté con toda la cordialidad con la que se trata a alguien en posición de educando. La primer noche no hubo incidentes de nota, sólo algunos momentos que me hacía levantar la ceja. La presentación de la herramienta y los procesos involucrados siempre me ha parecido una experiencia delicada, en la que trato de explicar lo más posible en el breve tiempo con el que contamos, pero con cuidado de que comprenda perfectamente bien todos los pasos. El sujeto en cuestión, a quien de aquí en adelante llamaré López, me hizo las cosas más complicadas al llegar con una actitud por demás curiosa: daba la impresión de que observaría nuestros rudimentarios procesos y haría de ellos algo más ágil y efectivo. Si nunca han lidiado con alguien que piensa que cualquier comentario, sobre cualquier tema, debe ser respondido con la manera en la que podría hacerse mejor, así sea crear una página web, recorrer tu propia ciudad o ir al baño, entonces su paciencia nunca ha sido verdaderamente puesta a prueba. Continuamente me interrumpía y se saltaba pasos, preguntando por cosas que no debería saber sino hasta que hubiera dominado los procesos más básicos. Cuando inevitablemente se confundía, meneaba la cabeza y sostenía que debería de haber una manera más eficaz, menos complicada de hacer las cosas. Parecía tener la absoluta convicción de que el propósito de su visita era evaluar nuestra manera de trabajo y pensar cómo podría mejorarla, no que tendría que adoptar nuestra manera de hacer las cosas.

Saben, existen sólo dos defectos que me parecen imperdonables en una persona, y uno de ellos es la soberbia. Y personalmente no hay nada que me irrite más que un gordo que carece de humildad. Siempre he tenido la creencia (y al decir esto sólo hablo por mi mismo, no espero que nadie la comparta) de que una persona obesa no puede darse el lujo de portarse altiva, y debe mantener un perfil humilde, si no va a tener la fuerza de voluntad de cuidar su cuerpo. Estoy hablando de la gente que traga como bestia, claro, no de la gente que no puede hacer nada al respecto. Obviamente, la gente tiene derecho de verse como quiera y portarse como quiera; sólo no debe esperar que me agrade o la respete.

Así que tenemos a un gordo de sistemas que tiene toda la certeza de que puede hacer el trabajo mejor que yo. Cuando le expliqué cómo usar el Photoshop, le indiqué que debía grabar cada fotografía después de modificarla. Decidió que era preferible cerrar las imágenes y darle "Yes" en la ventana que preguntaba si deseaba grabar los cambios. "Siempre hay que buscar la manera de agilizar el proceso", me dijo, con una sonrisa tal que parecía que yo le acababa de preguntar, asombrado: "¿¿¿cómo hiciste eso???" Me sonreí ante sus comentarios y seguimos con las lecciones.

Le explicaba el orden en el que debe colocar los elementos de un artículo noticioso, cuando en eso pasó junto a nosotros una compañera de trabajo, una de las dos únicas mujeres que trabajan el turno de noche (la otra es Sara). López giró la cabeza y fijó su vista en la chica, mientras ella buscaba su jarra para hacr café, y no la perdió de vista hasta que se alejó y se perdió al doblar una esquina. Todo ese tiempo yo seguí explicando, absolutamente extrañado por el comportamiento del tipo. Lo primero que pensé fue que no habian sido presentados, y que fijar su atención en ella de esa manera era una señal para que yo hiciera los honores. Cuando me volvió a poner atención no me dijo nada, y seguimos la lección, aunque yo un tanto confundido por lo que acababa de pasar. Esto fue cuando todavía le estaba dando el beneficio de la duda, así que disculparán si la explicación que le di a esto les suena ingenua.

No recuerdo nada más de relevancia de esa noche, salvo la incómoda despedida. Puesto que me había atrasado horrores en mi trabajo por estar entrenando a López, nuestra salida fue una hora más tarde de lo usual, y lo único que deseaba era irme a descansar. Le había explicado casi todo lo que había que saber, dejando sólo unos cuantos detalles pendientes para la noche siguiente. Cuando ya estaba cerrando todas las aplicaciones de la computadora y le pregunté por cortesía que en qué hotel se estaba quedando, el sujeto se arrancó balbuceando en voz baja toda una historia ininteligible acerca de tarjetas y elevadores. No entendí nada, y no me importaba saber, pero incluso cuando le estaba estrechando la mano para despedirme seguía insistiendo sobre primos y tarjetas y no se qué más cosas, al grado que comencé a a sentir que estaba tratando de decirme o pedirme algo. Al final logré armar su estúpido cuento (que volvió a contar casi irritado porque yo no lo entendía, para variar): aparentemente el hotel en el que se hospedaba utiliza la llave electrónica para casi todo, incluso para subir en el elevador. Todo en el cuarto funcionaba sólo cuando la tarjeta estaba en su sitio: si se le retiraba, no podía contar con luz o televisión. El gran problema de López era que había metido a un primo suyo a su cuarto, pero como no quiso dejarlo encerrado a oscuras, dejó la tarjeta con él. Pudo bajar en el elevador sin problemas, pero para subir necesitaba la llave. Si llegaba a las seis de la mañana no habría nadie usando el elevador, para colarse adentro sin tarjeta, y no podía pedir otra porque aparentemente la estadía del primo era desconocida para el personal del hotel.

Yo escuchaba su problema, que me sonaba a episodio de Los Picapiedra, con una jeta que sólo se tiene cuando uno sabe que debió haber estado en cama desde hace una hora. Casi le digo, "pues... ¡buena suerte!", cuando por fin me preguntó que a dónde podría ir a matar el tiempo hasta que ya hubiera gente de la cual apovecharse en el hotel. ¿Quería acaso que le diera asilo por unas horas en mi casa? Quizá, no sé, pero no le iba a dar oportunidad de formular la petición. Le dije que podía quedarse un rato más en la oficina, sin preocuparse. Era mejor que permaneciera dentro del edifcio, ya que salir en la madrugada fría no le haría bien a su garganta.

No sé por qué había omitido esto hasta el momento. Toda la noche López tuvo violentos ataques de tos. Esto no es algo que realmente se pueda objetar como falla de la persona: el hombre estaba enfermo, nada más. Pero cuando ya estaba despidiéndome del señor, le dio tremenda tos que muy consideradamente se cubrió con la mano derecha, para luego ofrecerme esa misma mano en despedida. La estreché, y casi pude percibir como los cabellos de la nuca de Sara se erizaban.

No necesité que Sara me exigiera que llegando a la casa me lavara las manos: López me había transformado con ese saludo. Sostuve mi mano en el aire todo el camino de regreso a casa sintiendo una pequeña nube de puntos verdes orbitando alrededor de ella. Llegando a casa me tallé las manos por varios minutos, pero aunque por el momento me sentí limpio, la experiencia había logrado un daño irreparable. Desde ese momento me volví terriblemente consciente de lo que tocan mis manos, y me he estado obsesionando con ello desde entonces. Ahora al cerrar la puerta del coche siento una gran urgencia por lavarme las manos antes de que por descuido toque un alimento, o me toque la cara, con mis manos sucias de polvo de la calle. Ese saludo de despedida me volvió germófobo, y no se si algún día me recuperaré.

La segunda noche de trabajo me porté considerablemente menos amable con López, por dos motivos. Primero, porque la segunda noche debía soltarle la mano y dejarlo enfrentarse por sí mismo al trabajo que tendría que hacer de ahora en adelante, y limitarme sólo a indicarle los errores que fuera cometiendo. Segundo, durante el día me golpeó un resentimiento que no sabía a quién dirigir, porque la noche anterior no podía describirla más que como una mala noche de trabajo: descuidé mis propias obligaciones por estar de niñera con un provinciano que había caído de sorpresa y que parecía no apreciar los sacrificios que se estaban haciendo por él. Estaba contento de que esa noche sería la última en la que tendría que ocuparme de él, pero no iba a permitir que interrumpiera mis labores de nuevo. Lo pondría a encargarse por completo de la edición, sólo respondiendo a dudas específicas.

Cuando lo senté en la computadora que le tocaba, me acerqué para explicarle cómo trabajaríamos esa noche, pero antes de que pudiera decir nada me dijo:

"Mira traigo esta táctica para cómo le vamos a hacer esta noche. Yo lo voy a hacer como si no supiera nada, y si me topo con alguna duda voy a tratar de resolverla con mis apuntes. Si no encuentro la respuesta te pregunto a ti".
Qué bárbaro López. Y yo que te iba a explicar todo otra vez. No hay duda de que los coahulienses son seres superiores.

Whatever. Cada quien se puso a trabajar en lo suyo, y por un rato no pasó nada. Percibí que esa noche sólo estaba tosiendo ocasionalmente, en lugar de cada minuto y medio, y se lo dije. Sacó una cajita arrugada de la bolsa del pantalón y me explicó que las pastillas que estaba tomando antes no le hacían nada porque eran para tos con flemas, y por eso se consiguió esas nuevas que son igual que el Teraflu, pero se llaman distinto y se alivianó de volada. "¿Tú no tienes tos?" me preguntó "¿No quieres unas?" Me corrió un escalofrío por el cuerpo.

Al poco rato volvió a pasar la compañera del trabajo, para tomar su jarra de café. Ahora pude ver como el hombre había dejado una nota a la mitad y se dedicaba sólo a observarla fijamente. Le pasó de lado y López se giró en su silla para seguirla viendo. Ante todo esto yo solté una cara de incredulidad tipo Selma Blair en Legally Blonde. Al chavo éste se le había acabado el beneficio de la duda: era un tipo sucio y sin una pizca de vergüenza. Mi compañera no es fea, pero tampoco es del tipo de soltar todo y empezar a soltar baba en su presencia. Si el tipo se hubiera tocado su entrepierna hubiera sido grotesco, pero creo que lo era más que sólo se quedara viéndola con esos ojos de loco, pensando quién sabe qué porquerías.

Yo ya sólo estaba contando las horas para ya no volver a ver a este tipo nunca más en la vida. Completó las notas del periódico, sin muchos errores. Al menos no lo volverían a mandar a Monterrey por no haberse aprendido el procedimiento básico. Seguía acomodar esas notas para que aparecieran en la página de su periódico. Allí López comenzó a dar problemas. Ayer le había explicado todo el proceso y al parecer durante el día decidió que eran demasiadas complicaciones. Comenzó a cuestionar y a decir "si yo estuviera encargado de esto..." Y la verdad, hasta cierto punto, tenía razón. Algunos de los procesos actuales son cuestionables y podrían hacerse mejor. Pero ese no era el punto. El punto era que él no estaba ahí para repelar de los procedimientos, sino para aprendérselos. Yo le expliqué que estábamos en un proceso de ajuste, que había habido muchos cambios de presentación y las herramientas no se habían optimizado para los nuevos formatos. Quizá no eran perfectos, pero en lo que se mejoraban, había que sacar el trabajo con los recursos que teníamos al alcance.

Esto aparentemente era su señal para alejarse de su máquina y acercarse a Sara y a mí, y comenzar una diatriba sobre la burocracia y falta de comunicación que imperaba en la empresa. Nos dio extensos ejemplos de cómo las oficinas de Torreón eran un caos donde todos vivían peléandose contra todos, cómo a su departamento le echaban la culpa de errores de otros, de cómo los mandos superiores no se preocupaba por lo que pasaba dentro de la redacción. De alguna manera, sin querer di pie a un "profundo diálogo" sobre los errores de la empresa, con López bien concentrado en señalar las inherentes fallas del modelo actual, y yo absolutamente desesperado porque se callara y continuara su trabajo. Acomodar la edición es un proceso demasiado laborioso, se quejaba él, pero por eso mismo yo deseaba que se pusiera a trabajar de una buena vez, porque no quería volver a salir tarde.

La "conversación" se alargó por casi media hora y comenzó a cobrar tintes ridículos. Yo comencé a responder con monosílabos o simplemente me quedaba callado, esperando que perdiera interés y volviera a trabajar. Nada, seguía echándole tierra a sus supervisores. Yo ya estaba rechazando su discurso con todo mi lenguaje corporal, casi dándole la espalda y poniéndole más atención a mi monitor que a él. Nada. Finalmente le dije, con el mayor tacto posible, que debería apurarse a acomodar porque ya era algo tarde. Me giré y seguí con lo que estaba haciendo, pero López siguió: "...es que los medios mandos quieren llevarse el crédito pero no aceptan la responsabilidad..."

Empecé a reírme, no pude evitarlo. Sara se dio cuenta. Nunca había lidiado con alguien así, que no captara las indirectas ni las semidirectas. Afortunadamente, tampoco pareció notar que me estaba burlando de él. La risa me duró poco, sin embargo. Sara se paró para ponerse el abrigo y en el instante en que le dio la espalda a López éste le lanzó una ojeada relámpago de pies a cabeza.

En ese momento sentí un desprecio y lástima infinitos por él. Me di cuenta de que se trataba de alguien enfermo, que no podía evitar comportarse de esa manera. Las paredes de su mente están tan cubiertas de porquería que cualquier vestigio de respeto, decencia o sentido común no podían asomar y se habían visto rebasadas por el cochambre. Le dije, de la manera más directa posible, que le quedaba una hora para completar lo que le faltaba. Terminó de armar la edición, y los detalles que habían quedado pendientes se los expliqué someramente, sin preocuparme de si había entendido o no. Nos despedimos de él fría y bruscamente y al llegar a casa Sara y yo tomamos turnos para tratar de comunicar lo profundamente repugnante que nos había parecido el tipo. Cuando le dije lo que había hecho con ella y la otra chava, me dijo: "vas a decir que sólo lo digo por lo que acabas de decir, pero sí daba una vibra de perv. De hecho en varias ocasiones me aseguré de que mi anillo de bodas estuviera bien a la vista. Que bueno que no me dejaste sola con él".

Releo esto y pienso que no queda del todo claro todo lo irritante de López. Su falta de empatía, su incapacidad de verse a sí mismo a través de los ojos de alguien más había creado una creatura así: un hombre que insiste en mantener conversaciones con gente que le da la espalda, que escupe gérmenes en su mano y te los restriega en la tuya, que desviste a las mujeres con la vista cuando están justo delante de él, y que considera sin dudar que lo que se le está enseñando está equivocado y que él podría hacerlo mejor.

Todavía a finales de la segunda noche López sólo llegaba a "la persona más irritante" que hubiera conocido. La noche siguiente, el epílogo de este encuentro remataría y lo colocaría en la categoría de "repulsivo".

Su compañero de Torreón llegó a estas oficinas para que se le entrenara a él también. Yo de inmediato me negué y la tarea cayó en los hombros de alguien más. Cuando estaba tranquilo haciendo mi trabajo de costumbre, alguien intentó añadirme a su lista de contactos de Messenger. Era López. Negarme no era una opción, porque después del entrenamiento se espera que seamos su soporte para solucionarles cualquier problema que se les presente.

Ahora lo tengo en mis contactos del messenger. Quién sabe cómo lo logró, pero a través de mensajes de texto resultó incluso más desagradable.

kyero novya fyel y wapa:

que nenas tan wapas vi por la makroplaza we, no te kise decir nada delante de la chava q esta en el portal , pork era platica de hombrez, ahi por la makro plaza pasan unas viejotas que parecen monumentos w

kyero novya fyel y wapa:

yluego como era puente pues pasaban mas de todos colorez y zaborez

kyero novya fyel y wapa:

en el hotel habia unas gringas, y unas maduronas wapotas

kyero novya fyel y wapa:

ahi en morelos igual pasaban ejercitos de chicas bonitaz, y una k otra feyiz


No le respondí. Cuando me dijo que ya estaba mandando material para su compañero, le dije que alguien más se estaba encargando de su entrenamiento. Lo último que me dijo:

kyero novya fyel y wapa:

donde habra un hotel baratote, pues tengo ganas de regresar a ver viejaz, se ven muy sencillas, quien sabe si asi sea la mayoria

kyero novya fyel y wapa:

io penzaba k aki estaban chidas y alla pasan mas chidaz k por aka

Kurenai:

Eh, sí, te busca tu amigo... mándale las páginas.

kyero novya fyel y wapa:

ahi me consigues los datos de un hotel bara w

kyero novya fyel y wapa:

algun lugar en mty o cerca k se conozca por sus mujeres bellas y sencillas decentes etz

kyero novya fyel y wapa:

pasaba cada ricura por la makro y por moreloz

kyero novya fyel y wapa:

no anda ahi la wera del centro de info ? esta bella


Honestamente, López, tienes un problema. Me aterran tus confidencias en complicidad, que pienses que podemos compartir "plática de hombres". A tu lado, me siento aristocracia pura. Cuando te respondo tus mensajes en el messenger, me imagino con frac, monóculo y chistera, y me fallan los dedos porque siento asco de tocar el teclado, como si fuera una extensión de tu persona. Las mujeres, López, no puedes tratar a las mujeres de esa manera. Y si eres un animal enfermo que no puede controlarse, al menos míralas por el rabillo del ojo, cuando nadie te esté viendo, no cuando estoy tratando de educarte. Conocerte me ha orillado aún más a la misantropía, y la idea de que más gente como tú camine entre nosotros me deprime. Has fracturado aún más la noción de que existe algo bueno y decente en todo ser humano.

Nunca vuelvas.
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IT'S BAAAAAAACK!!!!! Adivinen la película.

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Day Watch


Es interesante cómo acabó resultando la relación entre Nochnoi Dozor (alias Night Watch, alias Patrulla Nocturna, alias Guardianes de la Noche) y su secuela, Dnevnoy dozor (Day Watch). Al ser una continuación directa de los hechos en Night Watch, ambas cintas forman una sólida historia que tiene mucho más sentido que sus partes individuales. Es irónico que el resultado final haya sido tan bueno, sin embargo, si consideramos que la secuela no buscó trasladar fielmente la historia contada en las novelas, sino que escogió fragmentos y los alteró libremente para que la historia tuviera un cierre satisfactorio en esta segunda entrega. La saga original es una tetralogía: entre las dos cintas, apenas y alcanzó a abarcar los eventos de la primer novela.

Aunque originalmente me abrumó no entender completamente lo que sucedía en la segunda mitad de Night Watch, al ver la secuela no podía evitar admirar la reticencia del director a detener la acción para ofecer un poco de exposición, de explicar un poco lo que estaba pasando. Te obliga a razonarlo tú mismo, a llenar los espacios en blanco. Cuando después de verla me enteré que se trataba de adaptaciones de libros, la cosa tuvo más sentido: hay toda una mitología en los libros que las cintas no tienen tiempo de explicar y que aparece sólo cuando es relevante a la trama. Quizá los únicos que saben qué es lo que está pasando en todo momento son aquellos que hayan leído la novela, pero no es nada que no puedas hilar tú mismo. Al menos a mí, que detesto el monólogo inicial de Dark City, me pareció un buen ejercicio cerebral. Prefiero mil veces ir interpretando al vuelo lo que está pasando, que las explicaciones relámpago de Harry Potter and the Prisoner of Azkaban.

El gran atractivo de Day Watch es, como lo fue en Night Watch, su exquisito uso de los efectos especiales. Es a la vez sutil y explosivo, al presentar de la manera más natural espectaculares visiones que duran un par de segundos, a veces en el fondo, sin llamar mucho la atención a ellas. La película inicia con cuervos que a medio vuelo se transforman en guerreros medievales, en un efecto tan sutil y suave que obliga a parpadear de incredulidad y agarrar el control para verlo de nuevo. En el final hechan la casa por la ventana: es algo digno de verse.

Lo triste: se dice que la serie de cintas rusas de la Patrulla Nocturna termina aquí. Aparentemente 20th Century Fox hizo un trato para que en Day Watch se cerrara la historia, y así la tercera cinta se filme en Estados Unidos con actores americanos, y sea una nueva versión de la primer película. Sería con el mismo director, pero es una lástima que todo ese gran trabajo se vaya a la basura. Si antes me había dejado confundido la primera parte, ahora recomiendo mucho ver las dos cintas juntas, antes de que aparezca la bastardización estadounidense.
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The Incredibles (Brad Bird, 2004)

El consenso general parecía ser que la última película de Pixar carecía de simpatía y calor, quizá por la ausencia de cualquier tipo de antropomorfosis. Me agradó bastante. No se cuál haya sido su recepción entre la chiquillada, pero a mí me pareció una cinta exquisitamente adulta, madura. La fábula del hombre común atrapado en una rutina, añorando las glorias de su juventud, me recordó a algunas de las mejores cintas de fantasía de los ochenta, aquellas en las que por algún acto milagroso sus protagonistas logran abandonar su vida normal para convertirse un factor de cambio. El conflicto de Mr. Incredible es entendible, es una debilidad con la que cualquiera se puede identificar... sin dejar de lado que la moraleja de la historia es que su crisis de la media edad no le permitían ver que no había perdido un tesoro, sino que contaba con otro más valioso. No intenta ser un clásico, ni hacerse atractiva para todas las audiencias: The Incredibles tiene su propio ritmo y espacio, sacrificando sus alcances comerciales al tratar de mantener su corazón bien plantado en su sitio.

The Chronicles of Riddick (David Twohy, 2004)

Desde hace mucho ya tenía conocimiento de qué elementos de la secuela de Pitch Black definitivamente no me iban a agradar, principalmente el inecesario replantamiento del personaje central (¿último de una raza sobrehumana?). Quizá fueron estas bajas expectativas lo que me permitieron disfrutar el híbrido de intrigas cortesanas y ciencia ficción de matiné que terminó siendo The Chronicles of Riddick. De no saber que el guión pertenece al mismo Twohy, hubiera asegurado que el estudio gustó del personaje de Riddick y lo insertaron en un proyecto completamente distinto que habían estado guardando desde hace tiempo. La imponente presencia de Riddick no encaja del todo en el discurso político-religioso de la primera mitad de la película, y sólo tiene oportunidad de brillar durante el escape de una prisión de máxima seguridad. Seguidores del videojuego Escape from Butcher Bay (me incluyo) se encontrarán en territorio familiar en estas escenas, tanto así que hubiera sido preferible que toda la película hubiera mantenido ese tono de principio a fin. Ojalá que la siguiente secuela regrese a territorios menos grandilocuentes, porque para copias mediocres de Dune tenemos a... Dune.

Loaded Weapon 1 (Gene Quintano, 1993)

El fin de semana vi por primera vez en muchos años Top Secret y Loaded Weapon 1, dos cintas que había visto de niño y de las que tenía buenos recuerdos. Me sorprendió que Top Secret haya envejecido con tan poca gracia: aunque ahora puedo entender muchos chistes que en aquél entonces no tenían sentido (además de descubrir muchas partes cortadas; qué vergüenza, canal 5), me pareció ante todo una cinta demasiado confiada de sus habilidades, como si asumiera que desde los créditos iniciales se hubiera echado al público a la bolsa. Loaded Weapon carece del genio cómico de los hermanos Zucker, pero la andanada de chistes por minuto conecta más veces de las que falla. ¡Y es que se esfuerza tanto! Es como ver a un cómico utilizando todos y cada uno de los chistes de su repertorio, tratando con todas sus fuerzas de hacerte reir. No puedo recordar la última película que a base de puro talento cómico natural ma haya hecho reir consistentemente. Lo único que queda es sudar la gota gorda para obtener risas del público, pero la industria del cine de hoy es demasiado orgullosa y floja para molestarse con ese concepto. La mitad de Loaded Weapon 1 no es graciosa, de hecho, pero vaya que lo intenta.

No me sorprende que Emilio Estevez no haga mucha comedia estos días (¿qué está haciendo estos días?), pero quien no haya visto esta película se está perdiendo de ver a Samuel L. Jackson como el genio cómico de la década pasada. Es una lástima que en sus últimas 100 películas se haya limitado a interpretarse a él mismo ("motherfucker!"): el señor tiene una expresividad cómica fascinante.

Mirrormask (Dave McKean, 2005)

La estupenda The Cell es considerada por muchos como una cinta donde impera más el estilo que la sustancia: Mirrormask hace que The Cell parezca The Godfather. Es un producto que estira hasta el límite la definición del término "película", quizá encontrándose más cómodo en el terreno del videoclip. Se trata, ante todo, de un proyecto de Dave McKean, así que quien considere fascinantes sus portadas para The Sandman encontrará demasiada estimulación visual como para absorberlo todo de una sentada. Fuera del espectáculo visual existe poco en términos de anécdota, sin embargo, por lo que la inclusión como guionista del compañero de toda la vida de McKean, Neil Gaiman, parece obedecer más a la necesidad de que pase algo en los 100 minutos que dura la película. Para los seguidores de McKean, la forma es el fondo, pero para quienes no encuentren atractivo un mundo de niebla y tonos sepia (y un irritante soundtrack compuesto en su mayoría por frenético jazz), la historia de Mirrormask tiene un inicio deprimente y poco estimulante, una parte media que deambula sin ninguna dirección, y no es sino hasta los últimos 10 minutos cuando la trama finalmente se torna interesante. Pese a que ver en movimiento las creaciones de McKean tiene sus méritos, el intrincado mundo creado por computadoras no se salva del destino de la mayoría de las cintas de pantalla azul: una desconexión entre los actores y sus alrededores, lo que acaba echando por tierra cualquier intento de inclusión del espectador por parte de la película.

Un largo demo tecnológico que sólo satisface de principio a fin a estudiantes de artes visuales, los interesados en sólida narrativa junto a su esplendor visual encontrarán más disfrutable Paperhouse (1988), que maneja de manera más sustanciosa exactamente el mismo tema, o In the Realms of the Unreal (2004), que pese a ser un documental resulta más emotiva que Mirrormask al animar la obra del artista Henry Darger.

Resident Evil (Paul W.S. Anderson, 2002)

El hecho de que desde su salida había querido ver esta película y su secuela dice mucho del poder de la marca. Habiendo exactamente 137 películas de zombies mejores que Resident Evil, y con una trama que tiene apenas una semblanza lejana con el juego en sí, es difícil saber a quién estaba dirigida esta película. Como película de muertos vivientes falla en lo más elemental, al mostrar una repugnante timidez en cuanto a la sangre y violencia en pantalla, rayando en el absurdo en una escena de lásers asesinos sacada de un corto de Looney Tunes. Lo más chocante de todo, sin embargo, es la perenne cruz de las adaptaciones de videojuegos al celuloide: la total ignorancia de lo que hace especial al juego en primer lugar, enfocándose en su lugar en aspectos más superficiales para lograr una supuesta conexión con la fuente original.

Quien haya jugado el Resident Evil original no me dejará mentir: el descubrimiento del laboratorio en realidad es un giro en la historia original, un escenario que sólo aparece en la última hora del juego. Se trata incluso del talón de Aquiles de toda la saga de RE: el laboratorio subterráneo de armas biológicas como explicación racional de los horrores de la superficie. El impacto del primer juego yace en el enfrentamiento a lo desconocido, por lo que cuando se revela su origen pierde gran parte de su encanto. Basar toda una película en la exploración del laboratorio es quizá la decisión más miope que pudo tomar Paul W.S. Anderson; una pena aún más grande si consideramos que él tiene en sus créditos la única cinta decente sobre videojuegos, la original Mortal Kombat.

Nana (Kentarô Ôtani, 2005)

Basado en un comic japonés para jovencitas, Nana sufre un poco al no tener una historia finita que contar (el comic continúa publicandose al momento de escribir esto), por lo que la crónica del encuentro entre dos jovenes disímiles llamadas Nana, de la misma edad y que terminan viviendo en el mismo apartamento, toma fuerza sólo en la construcción de sus personajes, distrayendo del hecho de que no existe una verdadera trama. En su lugar, después de poner bien en claro en la primera media hora que la cínica chica punk y la dulce provinciana enamorada de alguna manera se complementan perfectamente, la película toma turnos para resolver los conflictos de cada una: el orgullo de la Nana punk que por mantener su independencia sacrificó el amor de su vida, y la ingenuidad y entrega de la Nana dulce, para quien la ciudad amenaza con destruirle su desbordante optimismo. En sí, no existen conflictos situacionales, sino el enfrentamiento de las fallas de las personalidades de cada una, que las llevarían a desmoronarse de no tenerse la una a la otra. Por ahora, Nana tiene suficiente sustento con el planteamiento de sus personajes, pero la inevitable secuela forzosamente necesita conflictos más concretos y complejos.
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Sin nombres, porque eso no es lo importante.

Resulta que un joven cometió crímenes muy violentos y en estos momentos se encuentra fugitivo. Honestamente no se todos los detalles porque... no se, probablemente porque no me interesa. Ayer me encontraba en un restaurante de comida china y en la tele estaban pasando el noticiero del canal 12. Me confundió que a mis espaldas el conductor había comenzado una irritante diatriba: no se callaba, mentaba casos de hace ya varios años... sonaba enojado. Cuando registré que dijo por primera vez "ya basta", mi cerebro hizo lo suyo y desde entonces y hasta que salimos del restaurante ignoré del todo a la televisión.

¿Qué busca esta gente indignada cuando, agitando el puño, grita "¡ya basta!"? Comienzan a imprimir botones y camisetas, organizan marchas monumentales, y todo para... ¿qué? No que crea que sean esfuerzos futiles, sino que no creo que siquiera ellos sepan qué es lo que quieren. Parar la inseguridad, sí, sus aullidos en el megáfono no dejan duda. La pregunta que por lógica sigue es: ¿y cómo propones tú, qué medidas deben ejercerse para que disminuyan los asesinatos y los robos?

La "frustración" e "indignación" son probablemente genuinos. Pero no sé si esta gente sabe cómo funciona el mundo. Probablemente quieren más policías, más vigilancia, penas más severas contra los criminales, más cárceles. Al menos espero que esa idea tengan, porque los narcos, rateros y asesinos no van a tomar conciencia sólo porque un grupo de personas bloqueen las calles (al contrario, quien quita y generan más asesinos de esa manera). No, creo que quieren que el gobierno se responsabilice de su seguridad. Estoy seguro de que tienen en la punta de los labios la famosa frase que han visto en programas americanos: "para eso pago mis impuestos". Pero se la guardan, porque saben que estarían mintiendo.

Dejemos de lado que manifestaciones de este tipo caen en el paternalismo más abyecto, al desear que en la mano se les de todo, sin poner nada de su parte mas que su "rabia". Digamos que lo que se logra es que se destinen recursos a los departamentos de policía. Mayor vigilancia, más equipo, más elementos... ¿hubieran detenido el asesinato de dos menores y la agresión de gravedad de una jovencita? No, probablemente nadie hubiera podido prever que algo así sucedería. Lo que quizá lograría es que el criminal hubiera sido atrapado a un par de horas de matar a los niños, y puesto tras las rejas por el resto de su vida. El criminal, castigado. Las víctimas seguirían siendo víctimas. ¿Eso es lo que se busca?

¿Sabe esta gente que cosas así pasan en Monterrey todas las semanas? No en colonias acomodadas, ni a familiares de personalidades de la TV, sino en colonias marginadas, a familiares de jornaleros. Nadie va a hacer marchas por ellos. Cuando dicen "ya basta" me indigna a mí, porque no es como si desde el principio de los tiempos todos hubieramos estado felices con el crimen. ¿O sí? ¿Nos indignamos con cada asesinato que aparece en la nota roja? ¿O sólo con algunos? ¿Tiene que ver la proximidad a nosotros, esperar a que llegue a nuestra colonia para finalmente ver que (GASP!) existe el crimen en la ciudad? ¿Tiene que ver el dinero, el color de la piel?

Cállense. Nada más... cállense. Sí hay algo concreto que pueden hacer para acabar con el crimen en la ciudad... en el país, incluso. Algo concreto que pudo hacerse para evitar que este chavo matara a estas personas. Pero no tienen, y nunca han tenido, la paciencia, los principios ni los huevos para llevarlo a cabo. Pueden empezar ahora mismo, pero sé que en cuanto les diga que los beneficios no les tocarán a ustedes, sino a sus hijos o los hijos de sus hijos, preferirán marchar al Palacio de Gobierno para seguir exigiendo placebos.

Cállense ya.
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