Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.




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Yo inventé el combo de yogurth con cereal

Que ahora se vende en todos los Oxxos y 7-Eleven del país. Quizá del mundo. De haber sabido que la idea iba a pegar, la hubiera comercializado. En vez de eso, nomás me lavé la boca.

Por muchos años sufrí de un sonambulismo que me obligaba a levantarme todas las noches, después de medianoche y antes de las 6, a comer un plato de Zucaritas. Había veces en las que me paraba plenamente consciente y con ganas de meterme maíz procesado a la boca; había otras veces, por el contrario, en las que no hubiera sabido que lo había hecho de no ser por el terrible sabor en la boca al despertar y los platos sin lavar, aún con residuos de leche.

Cuando por cerca de un año tuvimos que cambiarnos a la casa de mi abuela, mientras ampliaban la de nosotros, mis episodios de consumo nocturno no se detuvieron. De hecho, adquirieron proporciones de leyenda. No sólo no conocía la casa de noche, lo que ocasionó que fuera común escuchar a las tres de la mañana como se rompía un florero, sino que los hábitos nocturnos de mi abuela me tomaban siempre por sorpresa. Aparentemente no le gustaba mucho dormirse en su cama. Una noche se le ocurrió dormirse en un sillón que estaba directamente detrás de la mesa en la que me sentaba a comer Zucaritas con los ojos cerrados. Esa noche me levanté, en ropa interior, y como siempre tanteé en la oscuridad por la leche y el cereal y me senté a la mesa. Ya me había metido la cuchara a la boca cuando en eso mi abuela soltó un ronquido que me sonó a lamento, y para no gritar, del susto mordí con fuerza la cuchara, y la sensación de metal contra dentadura me duró el resto de la semana.

Fue en una de esas ocasiones en casa de mi abuela en la que tomé el cereal, abrí el refrigerador para sacar el galón de leche y me senté a la mesa. Estaría profundamente dormido, porque no me di cuenta del plop plop plop que hizo el contenido del galón al verterse en el tazón. Me metí una generosa cucharada a la boca.

Y escupí todo inmediatamente.

Estaba llorando. Creo. Imaginen nada más que están completamente dormidos y que alguien les mete una cucharada de espeso yogurth de fresa, con duras hojuelas de maíz capturadas en su viscosidad. No fue agradable.

Lo peor es que ya me había pasado antes, pero con agua y leche. Siempre abría el refrigerador, agarraba mi galón de agua y hasta el fondo. Pero una vez, también a oscuras, agarré un galón y me lo empujé en la cara, esperando la cristalina frescura del líquido vital. En lugar de eso, la densidad del lácteo me golpeó en la gargante, y al querer exclamar de sorpresa, se me salió por la nariz.

Luego supe que hay refrigeradores con foquito. Who knew?

En fin, cuando me di cuenta de lo que había hecho, con amargura tiré el contenido del plato a la basura. Me fui a lavar la boca, porque también la sentía amarga. Me fui a dormir y, mientras en la mañana me comía un plato decente de Zucaritas con leche, le conté a la familia lo que había pasado. Se rieron mucho.

Un año después llega mi mamá con un frasquito de yogurth que encima tenía pegado un botecito con Zucaritas. Luego vimos los comerciales. What. the. fuck.

El mes próximo comienzo a comercializar la nueva agua purificada con sabor a leche. Se aceptan inversionistas, who's with me?


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