What would Jesus say?
Mi colonia es un hervidero en estos días, debido a problemas de intrigas y traiciones eclesiásticas. El chisme va más o menos así: un sacerdote muy querido de la parroquia local fue, sorpresivamente, puesto a rotación antes de tiempo y las autoridades arzobispales lo mandaron a impartir la palabra de Dios a otro estado. Los primeros días se sintió gran indignación por tal suceso: el sacerdote se había ganado la aceptación y mucho más de los fieles, y todavía le faltaban varios años para su justificada rotación. Porque yo ya había visto lo mucho que sufrían cada seis años, que es cuando normalmente les cambian a un padre, me pareció un golpe bajo a mis papás, de los más cercanos al sacerdote. Incluso yo lo llegué a ver un par de veces, cuando fueron las bodas de plata de mis jefes, y me cayó bien el tipo. Pero hasta ahí. No le dí mayor importancia al asunto, y nomás me restaba esperar que lo superararan y se enamoraran del nuevo párroco pronto.
Fue entonces que la cosa se puso seria. Como si le pusieran limón a la herida, el nuevo padre resultó ser un patán. Acá,
old school. Que por sus sagrados huevos se hacían las cosas así o así, y al que no le guste se puede ir de mi parroquia. Aparentemente en ninguna otra colonia se había encontrado tanta resistencia, y se nota que siempre le ha gustado que le besen el anillo dondequiera que vaya. Aquí no. Gente de su anterior parroquia lo ha seguido hasta aquí, y ha habido una especie de enfrentamiento entre los partidarios del sacerdote expulsado y los del nuevo ogro. Según me cuenta mi madre, el anterior padre estaba comprometido con la comunidad y les daba toda especie de libertades a los grupos evangélicos, como al que pertenecían mis padres. En cuanto llegó el nuevo padre, les cerró las puertas de la iglesia (literalmente) y se ha mantenido en una coraza que no admite una cooperación entre colonia e iglesia, una especie de tiranía de los años 50 que se ha ganado el encono de quienes eran asiduos a los grupos de la iglesia.
Ahora se ha llegado a un punto muy negro en el que el nuevo sacerdote, al no poder asentarse sin problemas en su nuevo reino, ha iniciado una campaña de desprestigio contra su antecesor, llegando incluso a afirmar que muchas de las contribuciones efectuadas durante su periodo provenían de nexos con el narcotráfico. Yikes.
Aparte de que resulta una interesante historia de poder y manipulación, todo esto no trascendería de no ser porque me ha afectado a mí directamente. Como el nuevo padre ya no deja a los grupos de matrimonios reunirse en las instalaciones de la iglesia... ahora se reúnen en nuestra casa. Dos o tres veces a la semana. Y es un infierno.
Tan sólo ayer en mi cocina hubo una concentración masiva de señoras (y los esposos que obligaron a asistir), haciendo un
brainstorm para escribirle una carta al obispo pidiéndole que le dé gas al apestado en cuestión. Desde mi cuarto se oía todo y me daba escalofríos. No hay nada más
creepy que cuando una anciana
explica algo. Es difícil que me entiendan, pero es... hablan casi gritando, diciendo todo lo que se les viene a la cabeza, repitiendo lo obvio... y al mismo tiempo es un discurso fático, que el mundo no necesitaba, y que sólo ha sido enunciado en un afán por llamar la atención.
Como sea, espero que todo se resuelva pronto (de preferencia con una guerra civil santa) para poder volver a caminar sin camisa por la casa en las tardes.