Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.




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Gozu


Takashi Miike bien puede ser el director más incomprendido de los últimos tiempos, y con esto incluyo en la culpa a sus propios fans. Aficionado a meterse con la forma y el fondo del cine tradicional hasta producir resultados irreconocibles, Miike desgraciadamente ha sido encasillado como el director más importante del shock cinema, y poco más. Muchos de sus adeptos, quienes consumen ávidamente sus nuevas películas (que prácticamente aparecen cada dos meses), están de acuerdo que es un maestro de la explotación, hiperviolencia grotesca y una supuesta misoginia rampante. Pero pregunten si lo consideran un director serio y profundo, y se van a reir en su cara.

Es un lástima, entonces, que la fuerte impresión visual de sus películas dé pie a débiles lecturas. Desgraciadamente, existe mucho más interés en Ichi the Killer y Audition que en The boys from Paradise y Bird people of China. Y aún en sus cintas más atractivas, mucho de su profundidad es ignorada por estar al pendiente de una más inmediata gratificación adolescente. Pocos se han percatado de: la profunda preocupación de la identidad del japonés en un país cada vez más multicutural en Dead or Alive; que Ichi the Killer es una triste historia de amor, y la búsqueda de un hombre por algo que nadie le puede dar; la exhilarante fábula sobre la vida y la muerte de The Happiness of the Katakuris, que siempre me saca una lagrimita al final; la exploración sobre los mecanismos de la familia japonesa en Visitor Q, y sus verdades escondidas debajo de tanto incesto y leche derramada. Y así, demasiados ejemplos, donde el gore y el sexo opacan a todo lo demás, hasta que de repente llegamos a aquellas películas donde los elementos grotescos son pocos y quedan a merced de una historia más fuerte y profunda. Ley Lines, Graveyard of Honour, Rainy Dog. Las que nadie quiere, las que a los fans no les gustan. Y parece que ya tenemos a un nuevo campeón.

El comportamiento cada vez más errático del yakuza Ozaki (Sho Aikawa) finalmente ha sacado de sus casillas a sus superiores. Muy a su pesar, le corresponde al joven protegido de Ozaki, Minami (Hideki Sone), llevar a su venerado Aniki a un lugar apartado y ejecutarlo. En el camino, sin embargo, Minami cumple su objetivo por accidente, justo cuando se encontraba en pleno conflicto moral. Ni modo, pareciera que no hay nada más que hacer que llevar el cadáver a un lugar seguro. Minami entra a un restaurante para reportarse con sus superiores, y al salir, descubre que el cuerpo de Ozaki ha desaparecido. Lo que sigue es una búsqueda desesperada en un pequeño pueblo donde parece que cada habitante que encuentra Minami es más extraño que el anterior.


La caja del dvd intenta desesperadamente vender la película como algo que no es: una película de terror estelarizada por Sho Aikawa, cuando en realidad el veterano actor desaparece a los veinte minutos y resurge hasta el final. A diferencia de sus intentos más directos y simples de terror (como la muy reciente You've got a call), Gozu es más una pieza deliberadamente lenta que, más que provocar saltos o gritos, se conforma con crear un ambiente incómodo donde Minami es el único "normal" y todos los que le rodean compiten por ser el personaje más bizarro de toda la cinta. Existe, definitivamente, un sutil sentido del humor que Miike ha utilizado esporádicamente en el pasado, cada vez que sus cintas se vuelven demasiado absurdas; como reírse de un chiste que no tiene sentido, por eso mismo. Pero resulta una película dífícil de definir, incluso para el inclasificable Miike.

La comparación más cercana que se puede hacer es con el cine de David Lynch, pero personalmente encuentro suficientes diferencias formales para desligarlos: mientras que siempre me pareció que Lynch tiene un ojo para encontrar y sacar a la luz lo grotesco y extraño de lo cotidiano, Miike logra un viaje donde lo anormal es la regla y y el freakshow la realidad. Minami es la única ancla a la razón, por la que el espectador se aferra a él sin esperar que finalmente incluso él se abandona a un vórtice que lo va engullendo cada vez más.


Personalmente, el verdadero significado de la cinta se hizo evidente al ver la última imagen antes de los créditos. Es aquí donde proclamo a Gozu la cinta más alegórica y simbólica de toda la filmografía de Miike: el viaje de Minami en busca de Ozaki es uno a su propio subconsciente, poblado por su propia confusión con respecto a los sentimientos que siente por su Aniki. Dicho esto, es una de las exploraciones psicológicas más accesibles del cine, dejando que una narrativa sin complicaciones se encarge de un desfile de anormales y situaciones que aparentemente no llevan a ningún lado. Así, Gozu cuenta con algunos de los momentos más memorables del imaginario volátil de Miike. Existe un elemento que aparentemente valía la pena reciclar de Vistor Q, pero lo nuevo que trae al juego incluye enfermedades de la piel, meseros travestis, unos macabros compactadores de autos y una parte particularmente espeluznante que involucra a una gaijin. Esto sin mencionar el mazazo de su final, que si bien en términos racionales no tiene sentido, es una conclusión perfectamente lógica a la búsqueda de Minami.

Por su ritmo lento y su historia desenfocada, Gozu es evitada como la peste por "adeptos" al cine más frenético y visceral de Miike. Allá ellos. Basta con presenciar algunas de las composiciones de cuadro más evocadoras que logra en varios momentos de la cinta, para darse cuenta de que el genio este "arreglista" de películas es mucho más de lo que se puede apreciar en una sola sentada. Miike siempre ha sido un director profundo y serio, sólo que muchos no se han molestado en ir más allá de los elementos juveniles de su trabajo más célebre. Ejemplo: ¿a cuanta gente le gustaría Audition si al final Asami simplemente le hubiera disparado a Aoyama? Audition no funciona tan bien por el gore, sino por la estructura de ratonera de la cinta, donde despues de que la tensión va aumentando, al final se atrapa a la presa con inesperada crueldad. Asimismo, el ritmo lento aquí es deliberado, porque Gozu se toma su tiempo en rumiar y disfrutar de los eventos y personajes, ya que sus 130 minutos no tienen más urgencia que resolver la mente confundida de Minami. Y al final, si pusieron atención, todo tiene sentido.


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