Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.




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Tesoros

Eric-Jon Rösell Waugh escribió un ensayo muy interesante sobre el original Legend of Zelda para NES. Me conmovió mucho cómo termina, puntualizando maravillosamente su posición sobre lo que atesoramos en razón a su utilidad:

¿Sería acaso [Zelda] menos interesante si yo necesitara todas estas cosas? Yo pienso que sí. Son especiales porque son especiales para MÍ; no porque las necesite. Necesito mis llaves y mi identificación, pero no son especiales para mí. Lo que considero tesoros son cosas que me ayudan, que enriquecen mi vida --pero de las que podría prescindir.

Podría sobrevivir sin buena comida. Eso la hace más apreciable. Podría sobrevivir sin gente que quiero (y puede que no estén conmigo por siempre); eso me hace quererla. Cuando eres niño, no te importan gran cosa tus padres porque los necesitas para sobrevivir. De adolescente, incluso se vuelven un obstáculo por esa misma razón. Cuando has crecido, y ya no dependes de ellos, aprendes a apreciarlos como personas en vez de como padres.


Así me sucedió a mi, tal cual. Cuando ya estaba trabajando todas las noches, y me pasaba todo el día en la escuela o con mi novia, los pequeños ratos que pasaba con mis padres, particularmente con mi madre, eran mucho más afectuosos, más considerados. Comencé a darme cuenta de lo groseros que me parecían mis hermanos menores con sus reclamos y sus demandas, y lo angelical que me resultaba mi mamá al presenciar su paciencia, su solicitud. Comencé a notar más el cansancio de mi papá cuando llegaba a la casa, el relativo distanciamiento con sus hijos que pasarse todo el día en el trabajo le había provocado. Como personas, comencé a admirarlos, porque yo no puedo todavía concebirme a mi mismo en ese nivel de sacrificio por unas criaturas egoístas y berrinchudas como lo fuimos nosotros.

Tengo dos recuerdos a los que me aferraré hasta que muera, que epitomizan el nivel de dedicación que mis padres tuvieron para cada uno de nosotros.

1. Cuando tenía 12 años, mi madre solía ir todos los martes a un mercado sobre ruedas que estaba a cuatro cuadras de nuestra casa. A veces la acompañaba para cargar las bolsas de verduras y demás. No me enloquecían gran cosa esos viajes, porque me asqueaba el olor de pescado al aire libre y las moscas enloquecidas por el penetrante olor a fruta madura; sin contar que me desesperaba cuando mi mamá se ponía a inspeccionar los puestos de ropa por lo que me parecían horas, para finalmente nunca comprar nada.

Cierto martes, se plantó en el mercadito un tipo con una mesa. Sobre la mesa, puso un mantel verde. Sobre el mantel verde, acomodó varias hileras de videocassettes que contenían cada uno 2 películas grabadas en velocidad LP. Desde ese día en adelante, cada martes iba a cambiar películas al mercadito, examinando los títulos una y otra vez mientras mi madre se tardaba horas no comprando ropa.

Eventualmente, la holgazanería me ganó, y ya no quise acompañar a mi madre al mercado. Pero no iba a dejar de ver películas piratas. Fue entonces que comenzó una tortuosa odisea para mi madre, en la que su hijo mayor (que se quedaba aplastado en el suelo dibujando monos) le pedía que le cambiara las películas ("de terror o de comedia... pero buenas, ¿¿eeeeeh??") todos los martes. Mi madre, que no sabe de películas si no las pasan en el canal 2 local y en blanco y negro, seguro tuvo que sacrificar los minutos que disfrutaba viendo ropa que no podía comprar tratando de escoger dos cassettes para mí, guiándose sólo por los títulos mecanografiados en las etiquetas.

Gracias a mi madre vi Loca academia de pilotos, Chucky 2, Pesadilla en la calle del infierno 3, Pánico en la montaña y Y... dónde está el piloto, entre otras. Y no creo que alguna vez le hubiera agradecido el gesto. De hecho, creo recordar que alguna vez le hice el feo porque me trajo por error una comedia romántica.

¿Qué madre hace algo así por su hijo? Peor aún: ¿por un hijo como YO?

2. Durante toda mi niñez dependí de mi padre para poder ir al cine, obvio. Recuerdo muchas matinés en el cine Río 70, mi hermana y yo participando en rifas donde daban el premio durante el intermedio, o corriendo de arriba a abajo de la sala sin saber por qué, pero feliz de poder compartir la actividad con otros quince niños. Alguna vez armé una rabieta porque la película de tal domingo no iba a ser caricatura, sino "con personas". Al final casi me llevaron a la fuerza, para que después saliera de la sala brincando muy emocionado. La película era Rescate en el Barrio Chino.

Por alguna razón, mi papá me llevó a ver una película que él iba a ver. Fuimos al Cine Versalles, cuando todavía no daba vergüenza asomarse por ahí. Quizo ver Por fin me la quité de encima, por lo que yo probablemente tendría siete años. Cuando mi papá le preguntó al anciano de la puerta que se quedó con la mitad de su boleto dónde era la sala 2, el señor le indicó una puerta, que resultó ser la sala 1. Entramos y vimos la cara gigante de un cráneo hablando con voz cavernosa. Estaban proyectando He-Man y los amos del universo.

Seguro puse los ojos como platos. Cuando mi papá se dio cuenta, despues de un par de segundos, que no era la comedia de Danny DeVito y Bette Midler, nos salimos y entramos a la sala correcta. De inmediato mi papá empezó a reir porque un señor se estaba poniendo gotas en los ojos y finjía llorar. Yo no entendía por qué.

No recuerdo haber dicho o hecho nada en particular los siguientes minutos. Nada más me quedé sentado en silencio viendo como chillaba y se retorcía una gorda en un sótano, mientras la sala se moría de la risa. Pero claro que no podía evitar pensar que a unos cuantos metros estaban proyectando la película de uno de mis juguetes favoritos. Probablemente todo el rato tuve cara de puchero marca diablo.

Pero el caso es que, sin pedirselo, mi papá se levantó de su asiento, me tomó de la mano, y fuimos a ver lo poco que restaba de la muy empezada He-Man. Yo estaba feliz, desde luego. Probablemente pensé que mi papá finalmente se dio cuenta de que se había equivocado de película desde el principio, y tuvo la suerte de ver que estaban pasando freaking He-Man en el mismo cine. Al final fue mejor para todos, concluí, sin pensar que mi papá probablemente no había salido al cine por su gusto en tres años, y no lo volvería a hacer por otros tres.

¿Podría hacer eso yo por mi hijo? ¿No ver la nueva película de Chan-wook Park porque mi hijo de siete años en realidad quiere ver Digimon 9 en la sala contigua?

***

Quiero pensar que mis mejores virtudes las obtuve por ejemplo. Y que llegado el momento, pueda ser tan devoto enfrentado a tanta ingratitud. Pero por lo pronto me alegro que no me di cuenta de todo esto demasiado tarde.

2 Comments:

perdona la intromisión, pero que nota tan hermosa, tus padres han debido sentir una gran emoción por la persona que formaron. Fue un placer leer tu nota y una alegria sentir la cristalización en lágrima de emoción al hacerlo.

By Anonymous Anonymous, at 1:12 am  

anonymous:

Gracias. Ahora no me arrepiento de abrir de nuevo los comentarios.

Algún día le enseñaré este escrito a mis padres. Por ahora prefiero decirles lo que siento con acciones, más que con palabras.

By Blogger Kurenai, at 3:15 am  

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