Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.




E-mail this post



Remember me (?)



All personal information that you provide here will be governed by the Privacy Policy of Blogger.com. More...



Horrors of the Black Museum

Esa tarde yo me quería dormir, pero como necesitaba algo con qué arrullarme puse la primera película que tenía a la mano: una cinta inglesa de 1959, Horrors of the Black Museum. El título sonaba a algo de los estudios Hammer. A ver qué tal. Comienza con una escena inocente de una joven en su apartamento recibiendo un paquete, de parte de un admirador secreto. Su compañera de cuarto la anima a abrirlo y resultan ser unos binoculares. "Ah", pensé "se va a acercar a la ventana y va a ver un loco haciendo alguna monstruosidad al otro lado de la calle". Dicho y hecho, se acerca a la ventana, se pone los binoculares, y al instante comienza a gritar desesperadamente "¡¡MIS OJOS, MIS OJOS!!". La compañera de cuarto se queda horrorizada al ver la sangre chorreando de las cuencas de los ojos de su amiga. Ve los binoculares en el piso, antes de salir corriendo despavorida del cuarto: dos filosas agujas de metal ensangrentadas asomaban por los oculares...

Esto en los primeros tres minutos. Obviamente, en ese punto abandoné cualquier intención de dormir por los próximos noventa minutos.

A pesar de esta espectacular entrada, Horrors of the Black Museum no es una cinta que se caracterice por una abundancia de imágenes viscerales, sino que resulta más bien un calculado giro al tema del asesino en serie. La historia trata sobre una serie de bizarros asesinatos no resueltos en Londres, donde todas las víctimas han sido mujeres jóvenes. La policía no tiene ninguna pista y la ciudad está a punto de entrar en pánico. La única persona que parece sacar provecho de la masacre es el novelista Edmund Bancroft (Michael Gough), quien saca de estos crímenes material para sus exitosos libros y artículos periodísticos. El escritor tiene una particular afición, además de la de molestar constantemente a la policía con sus comentarios sarcásticos: es el curador de un "museo negro" secreto, donde, asistido por su joven ayudante, colecciona instrumentos de tortura y muerte de todo tipo, así como figuras de cera de los asesinos más famosos. Bancroft tiene una obsesión con la parte oscura del hombre, y en sus libros hace evidente un conocimiento supremo de la mente criminal. Cuando comienza a aumentar el número de muertes, varias partes comienzan a sospechar que la relación entre Bancroft y los asesinatos parece ir más allá que la simple rapiña que el autor hace de éstos para sus novelas.

Al ser una cinta de finales de los cincuenta, mucho del terror desgraciadamente pierde su efecto por una narrativa más rígida y formal a la que estamos acostumbrados. Estamos hablando de largas secuencias sin cortes donde no tenemos más que diálogos tras diálogos entre Edmund Bancroft y policías, su doctor, su novia, etcétera. El prospecto no suena muy atractivo, pero hay dos grandes razones que hacen a Horrors of the Black Museum inmensamente disfrutable: la actuación explosiva de Michael Gough y las escenas de los deliciosamente inventivos asesinatos.

Conocido principalmente (al menos por los de mi generación) como Alfred, el mayordomo en las películas de Batman, Michael Gough logra que cada escena en la que aparece sea entretenidísima, gracias a su interpretación de un personaje vil pero brillante, que en teoría debería ser repelente pero acaba siendo absolutamente carismático. Gough se pasea por la cinta con una sonrisa maliciosa, feliz de repugnar a todos los que le rodean y aturdirlos con su intelecto superior. Me enamoré profundamente de este personaje, y me hubiera encantado ver toda una serie de cintas de Edmund Bancroft... pero, lástima, Horrors of the Black Museum es una película que pertenece a su tiempo. Uno en el que los villanos nunca ganan, sin importar lo cautivadores que sean.

Las escenas de muerte, como la de los binoculares, son pocas pero todas son de lo más extravagantes. Sutiles, claro, y en muchos casos con los detalles jugosos fuera de la pantalla, pero la idea es lo que cuenta. Se hace buen uso de unos ganchos para hielo, una guillotina portátil, una máquina para electrocutar y un tanque de ácido. Entre el carnaval de muertes y los agudos diálogos de Bancroft, tenemos una hora y media divertidísima que se pasa volando.

De verdad, Michael Gough. Aparentemente se le conocía como "el Vincent Price de los pobres", quizá el epíteto más injusto que haya recaído sobre un actor de género. Después de ver esta cinta, apuesto lo que quieran a que querrán ver más películas de él... y que abuchearán el anticlimático final. Si hubiera justicia en este mundo, Edmund Bancroft hoy en día sería mucho más popular que Hannibal Lecter. Ni hablar.

0 Comments:

Post a Comment


Now playing



Elsewhere










Archives


Contact me