Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.



El arte perdido del juguete pirata mexicano


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Recuerdo que en el 2003 The Sun reportó la aparición de un muñeco Hulk anatómicamente correcto, obtenido por una niña de seis años como premio por haber ganado en un juego de feria. En una discusión en los foros de Kung Fu Cult Cinema, un grupo se dedicó a especular la procedencia del muñeco, a todas luces no un producto oficial. El hecho de que la nota provenía de un tabloide sensacionalista londinense no impidió que varios compartieran sus teorías, hasta llegar a un comentario que me llamó la atención. Parafraseando, decía algo así:
Es probable que el muñeco provenga de México o algún otro lugar de Latinoamérica, donde impera la venta y producción de mercancía ilegal.
Quizá menos elocuente y un poco más racista. De todas maneras, la aseveración tenía algo de verdad detrás de ella... hace diez años. Cualquier mexicano sabe que, al menos en cuestión de juguetes, hoy poy hoy casi todos los productos piratas vienen de China.

Una vez, mientras irritaba a un vendedor de nintendos chinos (que esos forzosamente tenían que ser chinos, al pirata mexicano no le alcanza el ingenio para tanto) en los puesteros de Colegio Civil, vi cómo descargaban cientos de bolsas que contenían muñecos de plástico con las forma de personajes de caricatura. Quizá mis contemporáneos recuerden que aquellos monos eran figuras de plástico cuya textura recordaba al jabón, pintado pobremente, y a veces con limitadas articulaciones en las extremidades (en el sentido de que podias sentarlos y mover sus brazos arriba y abajo, pero nada más). Venía en una bolsa de plástico grueso como con el que forrábamos libros de primaria (el que huele tremendo), que a su vez estaba grapada a un pedazo de cartón con una ilustración del héroe en cuestión. A veces se tomaban la molestia de cambiarle el nombre, como "Man Bat" en vez de Batman, pero en la mayoría de los casos lo ponían tal cual. A veces ni nombre tenían.

Llegó el cargamento para ser entregado entre los distintos locales que ofrecían juguetes y novedades, y ahí vagamente me di cuenta de lo que en realidad estaba detrás del monito que me compraba mi mamá en el mercado sobre ruedas. Como en esos comerciales que informan sobre todos los involucrados en la platería mexicana, me interesó saber quienes se dedicaban a falsificar figuras de acción. Porque, pese a que las crudas rebabas de plástico en el contorno de la figura denotaban una especie de una rudimentaria producción en serie, en la mayoría de los casos las figuras nunca eran exactamente iguales entre sí. Podía tomar dos figuras de Seiya, de los Caballeros del Zodiaco, nacidos del mismo molde pero que a través de sus imperfecciones decían algo de la gente que había trabajado en ellos. En la figura de la mano izquierda el cabello estaba pintado de negro, la ropa roja y la armadura de blanco. En la de la mano derecha, los accesorios habían sido ignorados y el cuerpo de Seiya estaba totalmente pintado de rojo. Podía deducir que quizá el de la mano derecha fue pintado casi al final del día, en manos de una mujer impaciente por marcar tarjeta en la maquiladora. Todas esas figuras tenían rasgo casi artesanal que Mattel no podía igualar.

Suena bonito, la nostalgia y todo eso, pero en realidad la mayoría de esos muñecos eran horribles, y aunque a veces bastaban para algunos de nosotros, uno pasaba vergüenzas cuando tocaba jugar con el niño al cuyos padres podían comprarle un He-man que no tuviera el pelo azul. Una vez, sin embargo, tocó que una de estas creaciones mexicanas fuera mi juguete favorito por el tiempo que me duró.

Era una tortuga ninja. Diría que era Rafael, pero a los ojos de los piratas quizá todas las tortugas tenían antifaz rojo. Complicaba las cosas el hecho de que tenía una espada, unos cuchillos "sais", un chaco tieso, un palo (digo, "bo"), y un gancho para trepar muros. Digamos que era Rafael, aunque el arma que nunca dejó su mano en realidad fue el gancho. Adoraba ese muñeco. Venía en la misma bolsa de plástico pacheco grapado a un cartón, pero la figura en sí era fabulosa. Era de un plástico muy duro, con mínimas rebabas a sus costados. Contaba con un grosor que resultaba un derroche de materia prima pero que le daba un peso y presencia que ninguno de mis otras tortugas tenía (y tenía originales, chinas, japonesas y otro par de mexicanas). Los brazos y piernas estaban esculpidos de manera que se podían sentir los músculos, y el caparazón, si bien no tan detallado como el de una tortuga de verdad, al menos sí estaba en relieve y simétrico. La figura era naturalmente verde, y todo lo que debía ir de un color distinto estaba bien pintado: el caparazón de un verde más oscuro, el peto de color amarillo, el antifaz rojo, los ojos blancos (un detalle muy Kevin Eastman) y el cinturón negro. El rostro lo tenía congelado en una mueca feroz, y resultaba imponente en presencia de las otras tortugas. Con decirles que la Tortuga Ninja china, que venía en un empaque más elegante, en realidad era de hule, como los patitos, que si lo apretabas le salía y entraba aire. Nada que ver con la bestia hermosa y pesada que era la Tortuga mexicana.

Quizá lo que más me gustaba era que se paraba por sí sola. Me quedé atónito cuando la puse en el suelo por primera vez, y se quedó quieta, en pie de guerra. Le soplé varias veces y la figura permaneció en su sitio. ¡Estaba feliz! La mayoría de las veces tenía que rebanarle las rebabas de los pies, lo cual casi nunca daba buenos resultados, por lo que acababa creando escenarios como "¡Ahá, te tengo contra la pared, no puedes escapar!"

Esa tortuga era siempre el líder, el protagonista, y siempre lo traía de arriba abajo, siendo mi actividad favorita ponerlo a rapelear con su gancho desde el techo de la casa. A unas cuantas semanas vi con preocupación que, aunque aguantaba admirablemente el trato rudo de estos juegos, mi favoritismo estaba causándole raspones y desgastes. Le di dinero a mi mamá para que en su próxima visita al mercado sobre ruedas me comprara otra igual, para que al menos compartieran los abusos. Cuando regresó del mercado, me dijo que el señor no tenía, que hasta la próxima semana. Cuando a la semana siguiente me trajo un nuevo muñeco de las tortugas ninja, no era ni remotamente similar a la que yo tenía: no tenía armas, no se podía parar sola... vaya ni siquiera estaba pintada.

Enojado con mi madre porque había malentenido mis indicaciones (todo un pequeño patán), a la semana siguiente yo la acompañé al mercado, seguro de que no había preguntado con el mismo señor que le vendió la otra. Y así fui, y luego la semana siguiente, y la que siguió, y la que siguió, hasta que descorazonado me di cuenta de que nunca volvería a encontrar una tortuga ninja de la misma calidad. Todas estaban mal pintadas, o en la bolsa estaba un brazo caído, o tenían una cara idiota, o ni siquiera podía mover sus piernas (o con una pierna más corta que la otra).

Aunque cuidé a ese muñeco sabiendo que era único e irremplazable, a final por el uso acabé gastándolo y probablemente se me perdió un brazo suyo. No recuerdo la última vez que lo vi, aunque con toda seguridad lo perdí, como muchas otras cosas, durante una mudanza bastante caótica de mi adolescencia.

Lo triste de todos estos recuerdos es que en años recientes he tenido la tranquilidad de que si perdí algo en cierto momento y quisiera recuperarlo, hoy en día existe ese invento maravilloso llamdo ebay. Sé que si en cierto momento se me antoja comprar algo que hoy en día ya no se vende, por alguna suma y en algún momento será posible adquirirlo en una subasta. Si se me antoja comprar todos los juguetes oficiales de las tortugas ninja, con varios miles de dólares y un poco de paciencia eventualmente los tendré todos (y hasta en su empaque original). Puede que sea difícil, pero no imposible.

Esa tortuga ninja, o una como ésa, se ha perdido para siempre. No hay a dónde acudir o a quién preguntar si alguien tiene una igual arrumbada en un clóset. Lo más probable es que todos los muñecos que salieron de ese molde ya no existan. ¿Y a quién le importa? A sentimentaloides como uno que descubren que en esta ocasión ni todo el dinero del mundo podría regresarle un juguete de la infancia.

Es una situación curiosa, con la cual quizá generaciones posteriores no puedan identificarse. Como mencioné al principio, para los negocios que se dedican a vender chucherías resulta más barato importar este tipo de productos de China, que tiene una mano de obra aún más barata que la mexicana. Y aunque son de mala calidad, uno puede esperar que todos esos juguetes sean idénticos, hechos por máquinas. Sueno como el abuelo que se lamenta de que los niños ya no jueguen con trenecitos de madera... y la verdad no está muy alejada una cosa de la otra. Así como la mayoría estaban de rascuaches y hechos al ahí se va, solía pasar que a alguno de estos juguetes se le dedicaba la atención de una o varias personas y el resultado final era un producto con más personalidad que el artículo oficial. Era una ocurrencia lejana, pero al menos en ese entonces podía darse. Hoy la piratería es uniforme y fría, sin la posibilidad de ofrecer algo verdaderamente único.

Lástima que se haya perdido esa bonita tradición para siempre.

1 Comments:

Kurenai, a mi me paso algo parecido, pero con los monitos de lucha libre. Todos eran unicos e irrepetibles, algunos de tan alucinada y original hechura que fueron mis favoritos por muchos años. Ah, en eso los chinos nunca nos podran igualar.
Saludos!
Luiz
luiz.bitacoras.com

By Blogger Luiz, at 9:31 am  

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