A veces no puedo ir con Sara a surtir la despensa, porque dice que soy muy antojado. Que si queso Monterrey Jack, que Choco Krispis, que pechuga de pavo, que nieve de chocolate. A los dos nos gusta todo eso pero son opciones caras de cosas que ya hay en la casa (queso manchego, Zucaritas, jamón, escarcha del congelador...), así que si yo no voy, ella no las compra. De todas maneras me va bastante bien, porque siempre tiene la despensa y el refrigerador llenos con casi todo lo que se me pudiera antojar, y siempre manteniendo la economía del hogar bajo control.
Menciono esto porque a veces me cuenta de las andanzas de recién casada de
esta chica. Más que nada para comparar su situación actual con la misma que nosotros vivimos el año pasado. La última vez que se juntaron para tomar café, le confesó a Sara que estaban teniendo algunos "desacuerdos" su esposo y ella, porque a él no le gustaba mucho cómo cocinaba. El chavo también se quejaba de que no había mucha variedad en las comidas. Parecía un conflicto entendible para recién casados (con el hombre siempre comparando la comida de su mamá con la de la esposa, cosas así), pero la chica sacó a relucir un detalle interesante.
"A veces pide cosas que no hay y se enoja de que no compre más cosas, pero es que tengo un plan. Tengo trazado todo lo que voy a surtir del súper, compro lo que ocupo y así siempre logro gastar nada más cuatrocientos pesos a la quincena"
Cuando me dijo esto me quedé parpadeando, seguro de que había oído mal. Sara había reaccionado de la misma manera cuando se lo dijo ella.
"¿Cuatrocientos... a la semana?" le preguntó, acostumbrada a que a su amiga era algo despistada.
"No" dijo orgullosamente ella, "cuatrocientos a la quincena, y me alcanza bastante bien".
Yo no sé exactamente cómo funcionan las cuentas de la despensa, pero hasta yo puedo darme cuenta de que alimentarse con cuatrocientos pesos por dos semanas es el tipo de injusticias que llevan a derrocar gobiernos. Estoy seguro de que existen familias que tengan que sobrevivir por necesidad con esa cantidad, pero hacerlo voluntariamente... ¿Qué están comiendo? ¿Arroz y frijoles todos los días? ¿Garrafones de Big Cola? ¿Se brinca la barda para robarle limones al vecino?
"Es que se quiere ir de vacaciones. Por eso está ahorrando", me tranquilizó Sara, que se dio cuenta de que ya me estaba imaginando cómo cortaban las rebanadas de pan a la mitad para que durara el doble.
Entonces recordé que ese rasgo de ella sí lo conocía de antes. Hace años, cuando la conocí, me alarmaba su tacañería: nunca quería que nos juntáramos en lugares como Applebees o Sierra Madre; prefería mejor un Vips. Luego uno pasaba pena ajena porque dejaba dos pesos de propina, cosas así. Primero pensé que estábamos siendo desconsiderados, que quizá ella no podía costearlo. A veces ése era el caso, pero casi siempre me decía Sara que su amiga no soltaba dinero porque todo lo juntaba para salir de vacaciones. No sólo eso, sino que constantemnte está haciendo rifas o metiéndose a tandas, todo con el mismo propósito.
Esta mujer toda su vida ha sido esclava de un concepto idílico de las vacaciones. Consigue empleos sólo para poder suspirar por el día en el que pueda tomar una semana de descanso. Siempre está hablando de sus planes de ir a alguna playa, o al menos pasar un fin de semana en las cabañas de la Cola de Caballo. Realmente puedes percibir en ella una tristeza por verse atrapada en el diario laborar, por lo que lo único que necesitas para sacarle una sonrisa es preguntarle por sus planes vacacionales.
Yo nunca he sido mucho de viajes... aunque eso es tema para otro día. Al menos puedo decir esto: nunca he deseado tomar vacaciones para
escapar. Así es como ella ve las vacaciones: una ruptura en el interminable tedio de la vida cotidiana. Amanecer en un lugar diferente, ver otros rostros, comer otras comidas. Yo considero a las vacaciones como algo muy distinto. Yo las veo como una extensión de tiempo. Por una semana tengo siete horas más al día para poder hacer... pues más de lo mismo que hago entre el momento en que me despierto y el minuto en el que tengo que ir a trabajar. Estar con mi esposa, jugar, escribir, dibujar, ver TV y películas. Me gustan mis días. Me esfuerzo por hacerlos disfrutables, por no pensar en lo absoluto en el trabajo fuera de la oficina, y vivir cada día como más me guste. Las vacaciones para mi significan extenderlos un poco más, y por eso las disfruto tanto.
Pienso entonces en esta niña, sacrificando su calidad de vida, pasando días miserables mientras va metiendo fajos de billetes bajo el colchón, soñando con el día en el que ella y su esposo puedan escapar por un instante de todo eso. De golpe desaparecer miles de pesos para tumbarse en la arena y retozar en el mar por una semana, para luego regresar y que pasen otros dos, tres años de tomar leche Betty y comer verduras sólo los martes. Hambreando por un sueño.
No, no, no. No vale la pena convertir la vida en una jaula, para poder experimentar brevemente el placer de ser libre. Si uno hace lo que quiere con sus días, en realidad no hay ninguna necesidad de escapar.