Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.



Odio mal dirigido


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Justo cuando salía de la sala de cine, después de ver El Código Da Vinci, me puse a pensar en Insert Credit. Tiene tiempo de que no me asomo a sus foros, más que nada porque en ellos corre un odio rampante contra todo, en donde no se puede sugerir un tema de discusión sin que aparezca alguien que lo considere el asunto más infame del universo. No que desee que todos estén de acuerdo o que todo sea motivo de fiesta, pero las amargas peleas rara vez tienen que ver con el objeto en sí; en su lugar se basan en elementos periféricos, o en la experiencia muy personal del agresor en turno con respecto a lo que se está discutiendo.

Casi al mismo tiempo, en discusiones separadas de ese foro presencié fuertes peleas en relación a Halo 2 y El Código Da Vinci. Ahora bien, aquí dejo de lado a Insert Credit, porque sospecho que son discusiones que podría encontrar en cualquier otro rincón de Internet. Ambas obras han sido atacadas desde el primer día, y en los dos casos no me explico la ferocidad de las agresiones. Halo 2 es un buen juego. La cinta El Código Da Vinci es una entretenida película de fantasía. Los dos tienen problemas (de narrativa en Halo 2, de cuestionable elenco en El Código), pero realmente no les encuentro nada que haga maldecir haber gastado dinero en ellos.

Se me ocurre lo siguiente: la mayoría de los detractores de El Código y de Halo 2 realmente no tienen gran cosa en contra de las obras en sí, sino contra su recibimiento y fama actuales. En las discusiones sobre Halo nunca falta quien proclame a Marathon, una antigua serie de Bungie para Mac, como superior, o que el concepto del mundo anillo fue mejor tratado en las novelas Ringworld de Larry Niven (lo cual es absurdo, porque no se parecen para nada mas que en el nombre), y que al final el mayor atractivo de Halo 2 es su funcionalidad multijugador a través de Xbox Live, y aún eso no es muy apetecible, por la cantidad de menores de edad maldicientos que infestan sus servidores. Sobre El Código Da Vinci abunda la crítica de que se trata de una adaptación boba de El péndulo de Foucault y Holy Blood, Holy Grial. Nótese cómo en ambos casos las críticas dependen de obras externas, de comparaciones para hundir al objeto de la agresión.

Es normal, yo lo he hecho a menudo. Al hacerlo se pretende desviar la atención de un producto supuestamente inferior hacia un ejemplo más valioso, menos conocido. No deja de ser poco objetivo, sin embargo. Al final estas críticas no se sustentan en las fallas inherentes de la obra, sino en la recepción que éstas suscitan. "Backlash" le dicen: cuando algo se torna popular, aparecen detractores que pretenden desmitificar el valor aparente del objeto. Honestamente: ¿El Código Da Vinci es una obra maestra? No, para nada, es fantasía de bolsillo. ¿Es una película (y supongo que debo incluir el libro aquí, aunque no lo he leído ni pretendo leerlo) mala? Pff, claro que no. Es sólo el hecho de que las masas lo consideran una obra trascendental lo que irrita a ciertos sectores. Azuza el hecho de que para muchos la novela parece haber encontrado el hilo negro, cuando las piradas teorías de conspiración existen desde hace siglos. Sin embargo ¿ésto le quita el mérito a Dan Brown de haber tomado ideas de tomos densos para presentarlos de manera atractiva y fácil de digerir?

"¡Pero es que la gente cree que es en serio!", dicen algunos. De nuevo, recurren a elementos externos para atacar al libro. Eres inteligente, tienes un sentido más crítico... ¿qué te importan los demás? Halo 2 fue uno de los juegos más esperados, con una campaña de publicidad revolucionaria, pero cuando finalmente apareció no llenó las expectativas. No, no era perfecto, pero igual fue el juego más vendido de la temporada y estandarte del Xbox. Quienes lo critican desmedidamente nunca atacan las verdaderas fallas profundas del juego, como el cambio de dirección de la historia en relación al primer juego (la indestructible Hermandad que inició la Guerra Santa resultó estar basada en estructuras políticas demasiado frágiles), sino que se limitan a repetir que no es nada original (la excelencia aparentemente no es suficiente) y que su fabuloso modo multijugador es un calvario para jugadores serios (como si Bungie fuera responsable de que Estados Unidos esté lleno de chavitos inmaduros). Ninguno de sus argumentos tienen demasiado peso, porque lo que realmente detestan es que lo que a ellos les parece trivial o irrelevante sea un éxito masivo.

Es un fenómeno inconsciente, y pocos se dan cuenta de que su encono está mal dirigido. Reflexionando sobre esto me di cuenta de que por mucho tiempo he sido culpable del mismo crimen. Nunca he sido afecto a los deportes, pero siempre he guardado una particular antipatía hacia el futbol. Lo he manifestado en muchas ocasiones, tal cual: "Detesto el futbol". Pero en realidad no tengo nada contra el deporte en sí. Recuerdo cuando en el trabajo, hace cuatro años, transmitían los juegos de la Copa de Corea, y de vez en cuando me descubría admirando la precisión y estrategia evidentes en ciertos partidos. En su nivel más puro, donde los jugadores juegan por puro placer y respetan las reglas del juego, el futbol no tiene nada de malo. Es un juego, una competencia entretenida. Pero sólo eso: un juego.

Lo que realmente me irrita es la devoción con la que prácticamente todos alrededor mío lo siguen. Como dije, es sólo un juego: puedo entender que cuando un equipo gana te sientas contento, pero que la gente se deprima, se enoje, se emborrache por el resultado de un juego es... patético. Es lo único que tiene en la cabeza mucha, muchísima gente, y no pueden dejar de hablar de ello con la gravedad con la que mandatarios analizan estrategias de mercado internacional. O que depositen sus ilusiones en un marcador como si de ese resultado dependiera la paz mundial, o la cura contra el sida. Lo tornan en algo personal, y se generan agresiones que van desde jóvenes agarrándose a puñetazos afuera del estadio o indirectas malintencionadas durante la carne asada... y todo por el color de una camiseta.

Es entonces fácil para mí atacar el objeto de tan desmedido afecto. Algunos de mis argumentos son sinceros ("me parece aburrido", "pese a que supuestamente son equipos locales, están formados por extranjeros", "se apoyan más en posiciones que en ganar partidos"); otros malintencionados ("es tan popular en el Tercer Mundo porque sólo requieres un bote de Frutsi para poder jugar"); y unos de plano que ya es esforzarse demasiado ("no requiere estrategia alguna", "hombres adultos en shorts persiguiendo una pelota"). Pero en realidad no tengo nada contra el juego... porque es sólo un juego. Lo que me desespera es el enajenamiento que conlleva el considerarlo algo más trascendental que eso.

Así que, entonces, ¿me mordí la lengua pensando mal en la gente de Insert Credit cuando yo mismo me he comprtado como ellos por tanto años? No necesariamente: siempre he pensado que el mundo en su mayor parte está lleno de gente simple en el mejor de los casos, estúpida en el peor. Un libro, una película o un juego no tiene la culpa de que existan (desafortunadamente muchos) seguidores que se apasionan ciegamente y comiencen guerras y hermandades por identificarse con ellos. Así es la gente, estúpida. Lo mejor que uno puede hacer es no dejarse llevar, ni a favor ni en contra, sino juzgar al objeto en cuestión por sus propios méritos. Así es como ahora puedo dejar de decir "detesto el futbol", para en su lugar decir "detesto a quienes patéticamente se desviven por él". Es más largo, pero al menos se acerca más a lo que verdaderamente pienso.

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