Had you been there tonight you might know how it feels
to be struck to the bone in a moment of breathless delight.



Mi ciudad de las luces


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Hace una semana mi esposa y yo pasamos un par de días en las montañas. Celebramos nuestro segundo aniversario de bodas desconectándonos de todo en el Hotel Chipinque. Buenos tiempos se presentaron y anécdotas se recolectaron, pero por el momento hay algo que me ha dado vueltas en las cabeza en días recientes, donde pareciera que varias ideas disímiles se conjugan en una sola, y una misma imagen.

Observar de noche la ciudad de Monterrey desde la meseta de Chipinque fue para mi una experiencia similar a la de la gente que ve por primera vez el mar. Yo recuerdo la primera vez que vi el océano y no me impresionó gran cosa, pero esa noche hubiera podido quedarme viendo por horas ese paisaje. Todas esas luces peleando por hacerse presentes en un desierto negro. Un pedazo de carne viva con todo su sistema circulatorio expuesto. Me provocaba flashazos de... ideas que no puedo poner correctamente en palabras. Es una imagen que reconocí como importante, como muy especial para mí.

Dicho y hecho, poco después esa imagen regresaría con fuerza. Ayer me encontraba jugando Okami, un juego que había esperado por mucho tiempo y que estaba seguro sería un trancazo, pero que mientras pasaban los minutos me decepcionaba cada vez más, hasta que ya no tuve empacho en sentir verdadera antipatía por la condescendencia con la que me estaba tratando como jugador. Llegó un punto, cuando me dijeron que "para destruir una piedra debía acudir con un samurai, para obligar al samurai a entrenar debía conseguir una jarra de sake con una campesina, pero la campesina no podía hacer sake porque su molino estaba roto y debía repararlo antes", que no aguanté más y se la rayé a la tele. Buscando qué más jugar (mi Xbox sigue descompuesto), puse We love Katamari.

Nunca mencioné aquí a la secuela de Katamari Damacy porque en realidad no hay mucho qué decir: es más de lo mismo, y eso fue bueno para unos pero no suficiente para otros. La música es mejor, el concepto es algo irritante en su autoconsciencia (el juego trata sobre los fans del juego original) pero su verdadero propósito y valor radica en ser un laboratorio para explorar combinaciones y variables del juego base. Esto último es evidente cuando terminas el juego, pues te permiten volver a jugar todos lo niveles con ligeras diferencias, mientras que en el original sólo podías volver a jugar el mismo nivel exacto. Se me antojó un juego perfecto para la ocasión, para simplemente poner y jugar un nivel al azar.

Sigo pensando que a pesar de todas las palabras con las que quise asir desesperadamente la revelación que Katamari Damacy me regaló, no estuve ni cerca de rozar su magnitud. Ayer, mientras pegaba gatos, teléfonos y pizzas a mi pelota, me golpeó de nuevo esa sensación de estar consciente de algo que toda la vida había dado por sentado. De "¿cómo es que no había visto antes?" Y pese a esta arrebatadora sensación de haber encontrado el hilo negro, al ponerlo en palabras suena lo más corriente del mundo. Aún rebanándome la cabeza para seleccionar las palabras justas, lo leo y puedo ver cómo es que alguien respondería con un "¡pues claro, duh!"

He llegado a comprender ciertas cosas en mi vida, respuestas que me han dado una cierta claridad, pero simplemente no puedo comunicarlas. Cuando lo intento, el peso de las ideas queda filtrado al momento de traducirlas al lenguaje. Cuando esto pasa, me rindo ante la conclusión de que ese tipo de cosas simplemente no pueden transmitirse, no pueden enseñarse. Por eso me conmovió tanto Siddartha cuando lo leí a los quince años, supongo: la idea del hombre que necesita aprender algo que nadie puede enseñarle me parecía algo tristísimo. Me daba a entender que alcanzar la verdadera sabiduría era un viaje terriblemente solitario, y que una vez que la has alcanzado no puedes invitar a nadie a acompañarte en la cima.

Así que al momento de agregar a la bola montañas y tormentas, escuchando de nuevo ese susurro insistente que me instigaba a poner atención, porque había una lección detrás de tanto desmadre, recordé la belleza de Monterrey desde lo alto de Chipinque. Recordé con emoción los puntos en los que las luces simplemente terminan para dar pie a la oscuridad y pensé en esas tomas alejadas de Las Vegas que tanto les gusta poner en C.S.I.: una inexplicable laguna de vida en medio de la nada. En mis pocos viajes a Estados Unidos siempre me ha sobrecogido regresar de noche a Monterrey pues descubro con fuerza que el estado natural de la noche es ceguera absoluta... hasta que poco a poco comienza a verse a lo lejos una fiesta. Es el mismo Monterrey de siempre, de malos conductores y clasismo brutal, pero esa vista lejana me obliga a sacar el cliché del oasis en medio del desierto. Es una visión que agradezco con los brazos abiertos.

Viendo ese mismo espectáculo desde lo alto, lo que me maravillaba no era sólo el show de luces, sino la sensación de ver desde fuera lo que me rodea todos los días. Veía rodeado de grillos y osos (posiblemente) el embotalleamiento de las ocho de Gonzalitos que tantas veces padecimos en camino a casa de mi suegra. El tunel de Loma Larga, que tan poco significa para mí pues rara es la vez que lo atravesamos, atraía mi vista y me hacía darme cuenta de que en algún momento a alguien se le ocurrió perforar todo un monte para la conveniencia de los automovilistas. Estaba lo suficientemente lejos para ver todo Monterrey, pero no tanto como para no distinguir autos individuales. Era como una colonia de hormiguas, en donde no podía evitar preguntarme hacia donde corrían todas esas pequeñas formas de vida, hasta que me daba cuenta de que en un par de días yo regresaría a reanudar mi propia carrera junto a ellas.

***

En julio de este año sostuve una larga y agresiva correspondencia con un columnista del periódico donde trabajo, en torno a un comentario suyo que me pareció el epitome de la ignorancia sobre un tema en particular. Despues de demasiadas palabras, descubrí que jamás podría sacarlo de su tozudez: él tenía un idea clara y firme sobre el tema y no estaba dispuesto a cambiar. Una vez que le dejé en claro que iba a terminar la discusión porque sólo estábamos perdiendo tiempo los dos, sorpresivamente se tornó muy dulce y me dijo que de todos modos había apreciado la discusión. Me dijo lo siguiente:

"El día de hoy me dediqué a hablar con mis alumnos del rollo epistolar que me soplé contigo. Son actores así que es bueno sensibilizarlos con respecto al viejo tema de qué es el arte y si sirve para algo o no (mi posición es que no sirve para nada porque no está al servicio de nada)."

Al final quedamos en tregua y ya no supe más de él. Pero esas últimas palabras suyas se me quedaron marcadas en la cabeza. Poco tiempo después supe que ese columnista es un escritor con varios libros publicados, algunos premiados, y ha escrito varios guiones de películas que circularon en cartelera.

No hubiera cambiado nada de haberlo sabido antes, y de hecho mi opinión de él sólo cayó después de saber esto, porque mi posición sobre el fin del arte no podría ser más distinta que la suya. No vaguedades como "es el alimento del espíritu", sino que considero que todo gran arte tiene una finalidad muy concreta, de la cual la humanidad se puede beneficiar.

La verdaderas obras de arte son lecciones de vida. Todo gran arte te ayuda a comprender mejor el mundo que te rodea. Vamos por la vida desensibilizándonos de nuestro entorno, para protegernos, para sobrevivir, que llega un momento en el que es imposible apreciar las cosas así las estemos viendo directamente. El arte, a través de la metáfora, hace que tu cabeza tome rutas periféricas para que llegues a una conclusión evidente pero invisible al ojo desnudo. Un cuadro impresionista de un campo de margaritas, con valor de millones de dólares, a lo más que aspira es a que te des cuenta de la belleza que existe en un campo real de margaritas. Es un intérprete que a través de un movimiento lateral puede comunicar lo que no trasciende en nuestro idioma cotidiano.

Por eso, aunque no puedo considerar a los videojuegos en general como arte, sí puedo afirmar con seguridad que pueden llegar a serlo, gracias a un puñado de exponentes. Shenmue no es arte porque tiene gráficas bonitas o música orquestrada: es arte porque intenta recrear un tiempo y un lugar con todas sus fuerzas. El hecho de que lo intenta, pese a sus limitantes técnicas, insitgó en mi una apreciación por la magnitud de tal empresa. Cuando me metía a un callejón desierto salvo por una pequeña máquina de premios, y observaba que tres briznas de césped se asomaban en un rincón oscuro, era para que me estallara la cabeza. Ese detalle que a alguien en Sega se le ocurrió añadir, modelear y programar tres briznas de pasto, algo que es de lo más corriente e invisible en la vida diaria, presionó ciertos botones dentro de mi. Esos días hubieran podido verme caminando mientras observaba con atención la vegetación de un parque. Y es demasiado, tantas variaciones, tantas cosas únicas que simplemente aparecen naturalmente. Shenmue usa todos tus recursos para que aprecies y te maravilles de que alrededor de ti existen las cosas más bellas y exquisitas, cuarteando un poco esa desensibilización.

De la misma manera, Katamari Damacy y su secuela rompen con esa coraza y me dan el regalo de la perspectiva. Katamari Damacy trata sobre apreciar tu lugar en relación al resto del mundo: es una lección de humildad. Me hace muy consciente de que lo que alcanza mi campo de visión no es todo lo que existe, sino que hay mucho más allá arriba, allá afuera. Me hace apreciar a lo más pequeño que yo, que no por tener menor tamaño es menos valioso, detallado o especial.

Fue gracias a esta perspectiva que me impresionó tanto verlos a ustedes navegar entre puntos de luz, porque me vi a mi mismo pasar mis alegrias y tribulaciones en un escenario tan pequeño... y que al mismo tiempo lo es todo para mi. Quizá estas palabras no tengan sentido, quizá necesiten experimentar por su cuenta y llegar por ustedes mismos a estas conclusiones. Por eso el Arte, el buen arte, es tan necesario: para que nos enseñe a ver y a entender lecciones terriblemente obvias, pero casi imposibles de aprender de ninguna otra manera.

2 Comments:

Eso de que el arte no sirve, quizá cierto en forma pragmática... pero la verdad, como envicia en cierta forma :p

Al final, drogarse no sirve de nada y aun así tiene un mercado que solo es casi superado por la pornografía (una forma obscena o kitch de ... ARTE!)

No quiero hacer un claro statement, simplemente es algo xD

By Anonymous Anonymous, at 3:27 pm  

Que onda Kurenai,

Leyendo tu post no pude evitar acordarme de la odiosa palabra con que los gringos definen mucha (si no es que toda) su industria creativa: "Entertainment". Esa simple palabra me remite al patético concepto en que tienen encasillado al arte, no solo en USA sino en muchas otras naciones y más que cierto aquí en Monterrey . Acepto que no todo lo que supuestamente se produce como arte es tal, pero eso ya es cuestión de analizar caso por caso. Pero si ya de entrada estamos predisponiendonos a que el arte solo sirve para entretenernos, para distraernos en los pocos tiempos libres que nos dejan nuestras actividades "importantes" estamos fritos. Desde ahí cualquier posible trascendencia que hubiera podido tener la obra en nuestras vidas, cualquier aporte a nuestra percepción que podamos reclamar como nuestro y abrir nuestra visión del mundo queda en automático anulado, y trasciende al mismo nivel que una bolsa de palomitas y un refresco. Desechable.

Buenísimo el tema y que Mala onda por tu compañero.

Saludos!

By Anonymous Anonymous, at 7:26 am  

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